Julio y las Gallinas de Oro
Había una vez, en un rincón del pintoresco pueblo de Villa Risa, un niño llamado Julio. Julio era curioso y aventurero, y todos lo conocían por su gran corazón. Un día, mientras paseaba por el bosque, se encontró con un sorprendente descubrimiento: ¡un grupo de gallinas que ponían huevos de oro!
Al principio, Julio no podía creer lo que veía. Las gallinas eran de colores brillantes y cada vez que cacareaban, un hermoso huevo dorado aparecía en el suelo.
"¡Mirá, mamita! ¡Gallinas de oro!" - exclamó Julio, corriendo velozmente hacia su casa para contarle a su mamá.
Su mamá, encantada, le comentó "Julio, eso es extraordinario. Pero deberías asegurarte de cuidarlas bien. Los huevos de oro pueden atraer a personas no muy amigables."
Entonces, Julio se dedicó a cuidar de sus nuevas amigas. Decidió construir un pequeño gallinero y un sistema de seguridad con un chimichurri especial que había aprendido de su abuelo. Pero pronto se dio cuenta de que incluso el gallinero no era suficiente. Desde que los rumores sobre los huevos de oro comenzaron a circular, extraños comenzaron a merodear por su casa.
Un día, mientras daba de comer a las gallinas, un ladrón apareció.
"Hola, niño. Me encantaría que me dijeras dónde están esos huevos de oro" - dijo el ladrón con una sonrisa engañosa.
"¡Nunca!" - respondió Julio valientemente. "¡Son de mis gallinas y las cuidaré siempre!"
El ladrón, frustrado por la respuesta de Julio, decidió que tenía que ser astuto. Esa noche, Julio cubrió el gallinero con un chompo, para que nadie pudiera ver ni oír a las gallinas.
Sin embargo, el ladrón era persistente. Con una linterna, un poco de ingenio y una liana, trató de entrar al gallinero. Pero lo que no sabía era que Julio, que siempre había tenido un gran amor por la aventura, había preparado una sorpresa.
El pequeño Julio había puesto trampas por todo el camino para atrapar a aquellos que intentaran meterse con sus gallinas. Justo en el momento en que el ladrón logró acercarse al gallinero, ¡pum! Una trampa de mallas lo detuvo y quedó atrapado.
"¿Quieres ayudarme? No puedo salir de aquí" - suplicó el ladrón, un poco asustado.
"Eso te pasa por no respetar lo que no es tuyo" - contestó Julio, aunque no podía evitar sentir un poco de compasión. "Puedo ayudarte, pero primero tenés que prometerme que no volverás a intentar robar a nadie."
El ladrón, sin otra opción, asintió. Julio lo ayudó a liberarse, y el ladrón, agradecido y un poco cambiado, se alejó prometiendo que nunca más regresaría a la zona en busca de tesoros ajenos.
Desde entonces, Julio se aseguró de cuidar de sus gallinas de oro. A veces, cuando un niño nuevo llegaba a la escuela y le preguntaba sobre sus gallinas, él sonreía y les contaba la historia.
"Mis gallinas son especiales, y también son un recordatorio de que lo que realmente importa no es el oro, sino la amistad y el respeto."
El bosque rodeó a Julio con sus árboles, y las gallinas continuaron poniendo sus brillantes huevos. Y así, Julio aprendió que aunque las cosas valiosas pueden atraer problemas, también puede haber soluciones y, sobre todo, mucha amistad si sabemos cuidar lo que amamos. Y el chompo que había usado para protegerlas se convirtió en un símbolo de su valentía y amor por sus gallinas doradas.
Y así, en Villa Risa, nuestras aventuras con Julio continuaron, llenando el pueblo con risas y experiencias inolvidables.
Fin.
FIN.