Jumping for Joy



Había una vez en un hermoso bosque, un conejo llamado Feliz. Como su nombre indicaba, era el conejo más alegre y feliz de todos. Pero lo que hacía aún más especial a Feliz era su pasión por brincar.

No había nada que le gustara más en el mundo que saltar y saltar sin parar. Desde temprano en la mañana, cuando salía el sol, hasta la noche estrellada, Feliz se la pasaba brincando de un lado para otro.

Saltaba tan alto que parecía tocar las nubes con sus patitas peludas. Un día, mientras brincaba entre los árboles del bosque, se encontró con su amigo Lolo, el erizo.

Lolo tenía unas púas muy afiladas y siempre estaba preocupado por todo. "Hola Feliz", saludó Lolo con voz preocupada. "¡Hola Lolo!", respondió Feliz mientras seguía brincando entusiasmado. "¿No te cansas de tanto saltar?", preguntó Lolo curioso. "Para nada", dijo Feliz sonriendo ampliamente.

"Brincar me hace sentir vivo y lleno de energía". Lolo miró a su amigo con asombro y decidió probar algo nuevo en ese momento. Ambos se adentraron juntos en el bosque hasta llegar a un pequeño lago cristalino.

Allí encontraron a Lucas, una rana sabia y amigable que vivía allí desde hacía muchos años. "¡Saludos queridos amigos!", exclamó Lucas con una sonrisa gigante. "Hola Lucas", dijeron ambos al unísono. Feliz no podía quedarse quieto y empezó a brincar alrededor del lago.

Lucas, observando su alegría, decidió darle un consejo. "Feliz, debes tener cuidado de no saltar tan alto cerca del lago", advirtió Lucas. "¿Por qué?", preguntó Feliz con curiosidad.

"Porque podrías caer dentro del agua y no saber cómo salir", respondió Lucas preocupado. Feliz escuchó atentamente las palabras de su amigo rana y decidió ser más cauteloso en sus brincos cerca del lago. Continuaron disfrutando juntos de aquel hermoso día en el bosque.

Pasaron los días y Feliz seguía brincando por todas partes, pero ahora con mayor precaución cerca del lago. A pesar de ello, siempre mantenía esa chispa de alegría que lo caracterizaba.

Un día mientras exploraba una colina cubierta de flores coloridas, Feliz encontró algo muy especial: una pista de obstáculos para conejos. No pudo resistirse a la tentación y comenzó a saltar sobre cada obstáculo con gran habilidad. Mientras tanto, Lolo lo miraba desde lejos con admiración.

Se dio cuenta de que la pasión por saltar era algo maravilloso y podía traer mucha felicidad si se hacía con responsabilidad. Decidió seguir el ejemplo de Feliz y superar sus miedos también.

Desde ese momento, Lolo comenzó a enfrentarse a sus temores uno por uno. Con cada pequeño salto que daba, ganaba confianza en sí mismo hasta convertirse en un erizo valiente y audaz. Con el tiempo, Feliz se convirtió en un conejo experto en brincar y Lolo se volvió un erizo valiente.

Juntos, demostraron que la felicidad puede encontrarse en las cosas más simples de la vida y que enfrentar nuestros miedos nos hace crecer como personas.

Y así, Feliz y Lolo siguieron brincando por el bosque, compartiendo su alegría con todos los animales que conocían. Aprendieron que la pasión por algo puede ser contagiosa y que cada uno de nosotros tiene una habilidad especial para compartir con el mundo.

El bosque nunca volvió a ser el mismo desde la llegada de Feliz y Lolo. Los animales aprendieron a disfrutar cada día al máximo, sin olvidar la importancia de cuidarse unos a otros.

En ese pequeño rincón del mundo, donde los saltos eran constantes y las risas no tenían fin, todos vivieron felices para siempre.

FIN.

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