Juntas en la aventura



Había una vez una niña llamada Antonella que nació en un hogar lleno de amor y alegría.

Sus padres la recibieron con los brazos abiertos y le dieron el nombre de su abuela, quien siempre fue un ejemplo de fortaleza y perseverancia. Desde muy pequeña, Antonella tuvo una compañera fiel: Martina, una perrita mestiza que había sido rescatada de la calle.

A pesar de tener dificultades para caminar debido a un problema en sus patas traseras, Martina era muy cariñosa y nunca dejaba sola a Antonella. Cuando llegó el momento de ir al jardín de infantes, Antonella estaba emocionada por aprender cosas nuevas y hacer amigos. Sin embargo, no todo fue fácil para ella.

Al principio se sintió un poco intimidada por los niños más grandes y también tuvo algunas dificultades para adaptarse a las rutinas del colegio.

Pero con el tiempo, Antonella aprendió a socializar mejor y descubrió que tenía habilidades especiales en el arte y la música. Además, seguía contando con el apoyo incondicional de Martina, quien se convirtió en la mascota oficial del jardín. Los años pasaron rápidamente y pronto llegó el momento de empezar la escuela primaria.

Esta vez fue un poco más fácil para Antonella porque ya conocía algunos aspectos del sistema educativo. Pero también hubo nuevos desafíos como tareas más complejas o exámenes difíciles. Afortunadamente, su familia siempre estuvo presente para ayudarla cuando lo necesitaba.

Sin embargo, su padre tenía que viajar mucho por trabajo así que no siempre podía acompañarla en los momentos importantes. Cuando Antonella comenzó la escuela secundaria, su padre ya no estaba tan presente como antes.

A veces pasaba semanas fuera de casa y ella se sentía un poco sola. Además, empezó a juntarse con algunas amigas que no eran las mejores influencias. Al principio, Antonella se dejó llevar por la emoción de sentirse aceptada.

Pero pronto descubrió que sus nuevas amistades no eran tan leales como Martina o su familia. Empezaron a faltar a clases, fumar cigarrillos y beber alcohol.

Antonella sabía que eso no estaba bien pero también tenía miedo de perder su lugar en el grupo si decía algo al respecto. Así que trató de mantener una actitud neutral mientras seguía estudiando y cuidando de Martina en sus ratos libres.

Un día, cuando Antonella estaba sola en casa con Martina, recibió una llamada del hospital diciendo que su padre había tenido un accidente grave y estaba internado en terapia intensiva. Ella se sintió desesperada y triste porque nunca había estado sin su papá tanto tiempo.

Pero entonces recordó todo lo que había aprendido gracias a las vivencias con Martina: ser valiente, perseverar ante las dificultades y buscar ayuda cuando es necesario. Decidió hablar con su mamá sobre lo que estaba pasando en la escuela y pedirle consejos para enfrentar la situación familiar.

Gracias a esa conversación honesta y sincera, Antonella pudo darse cuenta de que siempre hay personas dispuestas a ayudarnos si les pedimos ayuda.

También aprendió el valor de tener amigos verdaderos quienes te apoyan sin importar lo difícil del camino. Finalmente, después de muchas semanas de recuperación, el papá de Antonella volvió a casa y pudo abrazar a su hija y a Martina.

Juntos, compartieron sus vivencias y aprendizajes para seguir adelante con fuerza y amor en los años que vendrían.

FIN.

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