Juntas por los demás


En una pequeña casa de un barrio tranquilo vivía Luana, una niña curiosa y alegre que siempre estaba acompañada por su mamá, Clara.

Luana y Clara eran inseparables, les encantaba compartir momentos juntas, desde cocinar deliciosas recetas hasta leer cuentos antes de dormir.

Un día soleado, mientras jugaban en el jardín, Luana le preguntó a su mamá: "Mamá, ¿por qué es tan importante el respeto y la obediencia en nuestra familia?" Clara sonrió y se sentó junto a su hija para explicarle. "Luana querida, el respeto es fundamental en todas las relaciones. Nos ayuda a entendernos mejor, a valorar las diferencias de cada uno y a tratar siempre con amabilidad.

Y la obediencia no se trata solo de hacer lo que te digo, sino de seguir reglas que nos ayudan a convivir en armonía y seguridad", respondió Clara con cariño. Luana asintió con la cabeza mientras absorbía las palabras de su mamá.

Esa noche, antes de dormir, Luana le prometió a Clara ser más atenta al respeto y la obediencia en su hogar. Los días pasaron y Luana demostraba cada vez más interés por cumplir su promesa.

Ayudaba a poner la mesa sin que se lo pidieran, recogía sus juguetes después de jugar e incluso daba las gracias por cada gesto amoroso de su mamá. Un sábado por la mañana, mientras preparaban galletitas para llevar al vecino enfermo, sonó el teléfono.

Era la señora Marta pidiendo ayuda ya que había tenido un accidente en casa. Sin dudarlo un segundo, Clara dejó todo listo para ir en su auxilio. "Mamá, ¿puedo venir con vos? ¡Yo también quiero ayudar!" exclamó emocionada Luana.

Clara asintió con orgullo ante la valentía de su hija y juntas partieron hacia la casa de la señora Marta. Al llegar allí encontraron un pequeño caos: platos rotos en el piso y agua salpicada por todas partes.

Sin embargo, entre risas y trabajo en equipo lograron limpiar todo rápidamente. La señora Marta les dio las gracias emocionada: "¡Qué linda sorpresa! Gracias por estar aquí cuando más las necesitaba".

Luana sintió una alegría inmensa al ver cómo podían marcar una diferencia simplemente estando presentes para los demás.

De regreso a casa esa tarde, bajo el cielo naranja del atardecer porteño, Clara abrazó fuerte a Luana y le dijo: "Hoy has demostrado lo importante que es estar dispuestos a ayudar al prójimo sin esperar nada a cambio. Eso también es parte del amor familiar". Luana sonrió radiante sabiendo que había aprendido una gran lección ese día.

Juntas entraron a casa para disfrutar de unas ricas galletitas hechas con amor compartidas entre madre e hija. Y así seguían adelante como familia unida donde el respeto mutuo florecía como una hermosa flor en primavera.

El amor entre ellas era enorme pero ahora tenía otra dimensión aún más especial: habían descubierto juntas cuán gratificante era ser solidarias con los demás. Y así fue como luces brillantes iluminaban sus corazones llenándolos de felicidad eterna. Fin

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