Juntos en un Mundo de Colores
Había una vez en una pequeña casa de colores, una niña llamada Violeta. Ella tenía solo un año y vivía con su familia y su hermano mayor, Elías. Elías era un niño de cinco años que tenía una manera especial de ver el mundo. Mientras Violeta aún exploraba con curiosidad, Elías ya había descubierto su amor por los colores, los sonidos y las formas.
Un día soleado, Violeta se despertó con una sonrisa radiante. "¡Mami, quiero jugar con Elías!" - dijo emocionada. Su mamá sonrió y la llevó al jardín donde su hermano estaba haciendo castillos de arena con un montón de colores. Violeta observó fascinada.
"¡Hola, Elías!" - gritó.
Elías, sumido en su mundo de arena, levantó la vista y sonrió. "¡Hola, Violeta!" - dijo, mientras tomaba un puñado de arena de colores para formar una torre.
Violeta gateó hacia él y trató de unir sus manitos a las de su hermano. "¡Jugar juntos!" - exclamó feliz.
Pero Elías, un tanto cauteloso, continuó concentrado en sus castillos. "No, Violeta. ¡Tengo que terminar mi torre!" - le respondió.
Violeta sintió un pequeño pinchazo en su corazón, pero no se dio por vencida.
Pasaron los días y Violeta siempre intentaba acercarse a Elías. En cada oportunidad, ella llevaba bloques de colores, pelotas de diferentes formas y hasta música divertida. Pero Elías prefería sus actividades solitarias.
Un día, mientras Violeta observaba a Elías embelesada, ocurrió algo mágico. Elías descubrió que los bloques que había rechazado antes eran también parte de su mundo. Mirando a su hermana, decidió unirse a ella. "¡Violeta!" - llamó y le mostró cómo construir una torre con los bloques.
"¡Sí, juntos!" - exclamó Violeta, aplaudiendo con alegría.
Poco a poco, Elías se dio cuenta de que podía compartir su pasión por los colores con su hermana. Mientras jugaban, comenzó a nombrar los colores a Violeta. "Este es azul, y este es rojo…" - decía, y Violeta repetía encantada.
Esa tarde, la casa de colores se llenó de risas, bloques apilados y, sobre todo, de amor. Elías descubrió que jugar con Violeta no era sólo divertido, sino también maravilloso. Se sintió feliz al compartir sus momentos con ella, incluso se atrevió a pintar juntos. Violeta, con sus manitas pequeñas, llenó de colores todo lo que pudo.
Con el paso del tiempo, Elías empezó a invitar a su hermana a unirse a sus juegos, creando historias en su jardín mágico lleno de colores brillantes. "Podemos hacer un arcoíris con las flores y los bloques, Violeta. ¡Vení!" - decía emocionado.
"¡Arcoíris!" - repetía Violeta, siempre dispuesta a acompañarlo.
Así fue como Violeta y Elías aprendieron que, aunque son diferentes, juntos podían crear un mundo lleno de colores, risas y sorpresas. Violeta descubrío que su amor podía alcanzar hasta los rincones más especiales de su hermano y Elías se percató de que Violeta podía iluminar su mundo con sencillos gestos.
La historia de Violeta y Elías nos enseña que la diversidad hace que nuestros vínculos sean únicos y que, juntos, podemos descubrir la belleza de lo diferente. En cada rincón de su casa, el amor y la tolerancia se convirtieron en colores vibrantes que nunca dejarían de brillar, haciendo que cada día fuera una nueva aventura.
FIN.