Karime y el jardín mágico



Era una tarde soleada y calurosa en Buenos Aires. Karime, una pequeña de seis años con grandes ojos curiosos y una coleta llena de colores, caminaba de la mano de su mamá rumbo a casa. En su rostro había una sonrisa brillante y una energía contagiosa.

- ¡Mamá! -exclamó Karime mientras saltaba de un lado a otro- hoy en el jardín hice un dibujo muy especial. ¡Era un dragón que escupía arcoíris!

- ¡Qué maravilla, querida! -respondió su mamá, con una sonrisa llena de orgullo- A mí también me encantaba dibujar en la escuela.

- ¿Era divertido ir a tu colegio? -preguntó Karime, intrigada.

- ¡Mucho! -señaló su mamá mientras recordaba- Teníamos una maestra que siempre llevaba un sombrero grande y hacía que todo fuera una aventura.

Karime se imaginó a la maestra con un sombrero gigante, haciendo malabares con pelotas de colores.

- En mi salón tenemos un rincón de cuentos donde hay una alfombra mágica -dijo Karime emocionada- ¡Como en un cuento de verdad!

- Eso suena mágico -dijo su mamá, recordando la alfombra que ella misma tenía en su escuela.

Así seguían hablando, la una compartiendo anécdotas y la otra maravillándose. De repente, Karime vio algo llamar su atención en la esquina de la calle.

- ¡Mirá, mamá! -gritó mientras apuntaba- ¡Un perrito atrapado en una caja!

Era cierto. Un pequeño cachorrito de cabello rizado y ojos brillantes estaba aullando, enredado en una caja de cartón.

- ¡Rápido! -dijo su mamá, y ambas corrieron hacia el pequeño.

Cuando llegaron, allí estaban Karime y su madre.

- ¡Ay, pobrecito! -dijo Karime, mientras se agachaba a su altura- No tengas miedo, llegaré a ayudarte.

Karime, con sus pequeñas manos tiernas, intentó abrir la caja. Pero la tapa estaba muy pegada.

- ¡Lo intentamos juntas! -dijo su mamá.

Ambas empezaron a trabajar en equipo, empujando y tirando de la tapa con todas sus fuerzas. Unos minutos después, con un último empuje, lograron liberarlo.

El cachorrito salió corriendo, moviendo su cola con fuerza. Se acercó a Karime, quien sonrió feliz.

- ¡Mirá, hicimos algo bueno! -dijo Karime.

- Altamente admirable, mi vida -respondió su mamá- ¿Ves? A veces las pequeñas cosas son más grandes de lo que parecen.

- Como cuando cocinamos juntas, ¿verdad? -preguntó Karime, recordando sus momentos en la cocina.

- Exactamente -asintió su mamá mientras acariciaba al cachorrito que ahora se, acomodaba entre las piernas de Karime- Las pequeñas acciones pueden cambiar el día de alguien.

Karime se quedó mirando al perrito, que ahora parecía más feliz.

- ¿Podemos quedárnoslo? -preguntó Karime con esos ojos tiernos que siempre la ayudaban a conseguir lo que quería.

Su mamá pensó un momento. - Sabes que no podemos, cariño, pero podemos buscarle un hogar. ¿Te gustaría ayudar a encontrarle una familia?

- ¡Sí! -exclamó Karime con entusiasmo, la idea de ayudar al perrito le parecía maravillosa.

Mientras caminaban a casa, Karime seguía hablando del perrito.

- Tal vez podríamos hacer un cartelito y ponerlo en el parque para que alguien lo vea y se lo lleve -propuso Karime, imaginando todo tipo de aventuras.

- Eso me parece una genial idea -asintió su madre- ¡Vamos a hacerlo juntas!

Al llegar a casa, se pusieron a trabajar. Hicieron un hermoso cartelito con el nombre del perrito y un dibujito de él.

- ¿Qué nombre le pondremos? -preguntó Karime mientras dibujaba.

- ¿Te gusta el nombre —"Cielo" ? Porque su pelaje es el color del cielo de la tarde.

- ¡Me encanta! -gritó Karime- Cielo lo ama, ¡es perfecto!

Al día siguiente, colocaron el cartel en el parque y esperaron.

- ¡Espero que alguien lo vea! -dijo Karime con ansiedad.

Pasaron las horas y en un momento, una familia se acercó al cartel.

- ¡Mirá, mamá! -gritó Karime- ¡Ven a ver!

La familia se inclinó a leer sobre Cielo, mientras Karime y su mamá observaban con esperanza.

Después de unos minutos de conversación, la familia decidió llevarse a Cielo.

Karime se sintió un poco triste al despedirse de su nuevo amigo, pero también quedó feliz al saber que ahora tendría un hogar.

- Lograste hacer algo bueno hoy, Karime -le dijo su mamá, abrazándola- Te estoy tan orgullosa.

- Gracias, mamá -respondió Karime, sonriendo y secándose una lágrima- A veces ayudar a otros puede hacernos sentir bien.

- Exactamente, amor. -dijo su madre- Así como lo hacíamos en el jardín de infantes, siempre hay algo nuevo por aprender y una oportunidad de hacer la diferencia.

Karime sonrió, sabiendo que cada pequeño gesto cuenta y que, al igual que en su jardín, las aventuras no terminan nunca.

FIN.

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