Karina, la Maestra Tardona



En una pequeña escuela del barrio, todos los chicos adoraban a su maestra Karina. Era dulce, divertida y tenía una manera única de enseñar que hacía que las matemáticas y la historia parecieran cuentos de aventuras. Sin embargo, había un pequeño problema: Karina siempre llegaba tarde.

Un día, mientras los niños esperaban ansiosos en el aula, el reloj marcó las nueve y los murmullos comenzaban a crecer.

"¿Dónde estará la maestra?" - preguntó Tomi, un niño con gafas.

"¡Puede que se haya olvidado de despertarse!" - comentó Lila, riendo.

De repente, sonó la puerta. Era Karina, sonriendo y con su bolso lleno de libros.

"¡Hola, chicos! Perdón por llegar tarde, me quedé atascada en el tráfico de la bicicleta" - dijo Karina, algo ruborizada.

Todos los niños fueron comprensivos, ya que sabían que su maestra era siempre muy amable. Pero Karina decidió que debía hacer algo para que eso no se repitiera más. Así que pensó en una idea peculiar.

A la mañana siguiente, Karina llegó con un tamborcito y un silbato muy colorido.

"Hoy les traigo una sorpresa, chicos! Vamos a realizar una clase especial sobre la importancia de la puntualidad."

"¿Cómo?" - preguntó Mateo, intrigado.

"Voy a usar este tamborcito para que todos ustedes me ayuden a recordar que debo llegar a tiempo a la escuela. Cada vez que lleguen a clase, van a hacer sonar el tamborcito en señal de que ya están listos para comenzar. Y, si yo llego tarde, tendrán el derecho de hacer sonar el silbato como recordatorio. ¿Qué les parece?"

Los niños se miraron entre ellos, emocionados.

"¡Genial, maestra!" - exclamó Ana, saltando de la alegría.

La idea funcionó de maravilla. Los chicos tocaban el tamborcito cada vez que se sentaban en sus pupitres y, aunque Karina seguía llegando un poco tarde, ahora todos esperaban con anticipación. Un día, un grupo de niños decidió aprovechar el sistema. Mientras Karina seguía llegando un poco tarde, se reunieron en el recreo y pensaron:

"Si no llegamos a tiempo, ¡nuestra maestra nunca aprenderá!" - dijo Dante.

Todos estuvieron de acuerdo y decidieron que, para la siguiente clase, harían algo especial.

Al día siguiente, llegaron todos muy puntualitos, justo cuando sonaba el timbre. Comenzaron a hacer sonar el tamborcito con entusiasmo.

"¡Miren, Karina! ¡Estamos listos!" - gritaron al unísono.

Karina, sorprendentemente, vio a todos sus estudiantes ocupando sus asientos con una gran sonrisa.

"¡Guau! ¡Qué alegría verlos a todos tan puntuales! Me encanta este nuevo sistema, pero tengo que confesarles..." - Karina hizo una pausa.

Los chicos la miraron curiosos, ansiando escuchar su sorpresa.

"Es que, aunque sigo luchando con mis horarios, al llegar tarde he aprendido algo valioso en estos últimos días: la importancia de la organización y de ser responsables. Gracias a todos por esta enseñanza. ¡Ustedes me motivan a ser mejor maestra!"

Los niños se emocionaron y aplaudieron.

"¡De ahora en más, haremos que Karina llegue al menos más puntual!" - dijo Lila.

Desde ese día, Karina no solo trabajó en ser puntual, sino que también organizó el aula de modo que todos los días, al llegar, hayaban algo emocionante que hacer. Al final del año, con mucho esfuerzo y colaboración de los chicos, Karina logró llegar mucho más temprano, y todos se volvieron un gran equipo.

"Gracias por ser los mejores alumnos del mundo" - dijo Karina en su despedida.

"¡Y gracias por ser la mejor maestra!" - respondieron todos, sonriendo y llenos de alegría.

Karina aprendió que a veces, uno puede encontrar soluciones divertidas para problemas cotidianos y que las enseñanzas más importantes no solo van en los libros, sino también en la vida diaria y en la colaboración entre todos.

Y desde entonces, la escuela no solo fue un lugar de aprendizaje, sino una gran familia que siempre se apoyaba.

FIN.

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