Karina y el Reloj Mágico
Era una mañana soleada en la escuelita de barrio. Los niños ya estaban en sus pupitres, pero la maestra Karina no había llegado. Todos sabían que era muy buena enseñando, pero en las últimas semanas, parecía que el tiempo se le escapaba de las manos.
-Esta vez se pasó de la hora –dijo Lucas, mientras miraba el reloj de la clase—. A ver si se le rompió el despertador otra vez.
-No creo, seguro que ayudó a un abuelo a cruzar la calle o se encontró con un perrito perdido –respondió Ana, sonriendo.
Los chicos comenzaron a contar historias sobre las aventuras que Karina podría haber tenido esa mañana. Pero al poco rato, sonó la campana y la maestra, con su característico bolso lleno de libros y una gran sonrisa, improvisadamente apareció en la puerta.
-Hola, mis amores. Lamento mucho haber llegado tarde. Pero adivinen qué, ¡encontré a un pato que había perdido su camino! –dijo Karina, entre risas mientras se acomodaba el cabello.
-¿Un pato? –preguntó Tomás con los ojos bien abiertos—. ¿Dónde está? ¿Podemos verlo?
-No, lo dejé en el parque. Pero fue una gran aventura, les prometo que les contaré todo más tarde –contestó Karina encantada de compartir su historia.
A medida que pasaban los días, la maestra continuaba llegando tarde, siempre con una anécdota nueva de algún animal que ayudaba o de un pequeño problema que resolvía en el camino a la escuela. Sin embargo, los chicos comenzaron a preocuparse un poco.
-Hola, Karina. Nos encanta escuchar tus historias, pero a veces nos quedamos sin tiempo para aprender –dijo Ana con timidez.
-Es verdad, Karina. Queremos saber más sobre las matemáticas y las letras –agregó Lucas.
La maestra se dio cuenta de que había que hacer un cambio. Así que un día, traía un objeto especial.
-¿Qué es eso? –preguntó Tomás, curioso viendo que Karina tenía un reloj antiguo en su mano.
-¡Este es un reloj mágico! –dijo, entusiasmada—. Pero no se asusten, no es para que haga magia conmigo. Este reloj solo tiene una función: ¡recuerda el valor del tiempo! Cada vez que llegue tarde a clase, lo haré sonar y juntos haremos una actividad corta pero divertida.
Los niños aplaudieron. Aunque lo que más les gustaba de la maestra era su creatividad, ahora la veían comprometida a mejorar. Así, llegó el día siguiente, y como bien lo prometió, el reloj sonó.
-Clasificaremos los lápices por colores durante cinco minutos –anunció Karina, desde la pizarra. Los niños se pusieron muy contentos y la sala se llenó de risas mientras organizaban todos los útiles escolares.
Cada vez que la maestra llegaba tarde, una actividad divertida llenaba el aula de energía y risas. En lugar de estar tristes, los niños miraban con ojos brillantes a su señora maestra, pero todos también se dieron cuenta de cómo, a través de esas pequeñas actividades, aprendían cosas nuevas. Las matemáticas comenzaron a ser más amenas al contar colores y a ordenarlos; les encantaba también hacer ejercicios de ortografía con palabras que ellos mismos elegían.
Un día, Karina llegó muy tarde, porque había ayudado a unos peques a encontrar el camino a casa. El reloj sonó y propuso una actividad diferente esa vez:
-¡Hoy vamos a hacer una obra de teatro! Pero no se preocupen, cada uno de ustedes va a actuar como un minuto del reloj. Así aprenderemos sobre el tiempo mientras actuamos.
-¡Qué divertido! –exclamó Lucas, emocionado por actuar como el minuto que representaba el tiempo.
La obra fue un éxito, la risa invadió el lugar y cada niño entendió más sobre la importancia del tiempo. Karina encontró una forma creativa de enseñar, y en ese proceso, también aprendió que cumplir con la puntualidad era importante para que todos pudieran aprender y jugar juntos de la mejor manera.
Finalmente, aunque Karina seguía llegando tarde de vez en cuando, cada vez era por razones diferentes. Un día, se perdió en una conversación sobre arte con un artista en la plaza, otro día ayudó a una madre a cargar las compras. Sin embargo, estaba aprendiendo a ser más consciente del tiempo.
Al final del mes, los chicos organizaron una sorpresa para la maestra. Cuando Karina llegó a la clase, encontraron un cartel que decía: “Karina, gracias por enseñarnos sobre cariño, aventuras y también sobre el tiempo”.
Karina se sonrojó y dijo: -Ustedes son mis pequeños héroes. Aprendí que llegar tarde puede ser divertido, pero también es importante respetar el tiempo y la educación que compartimos.
Desde entonces, la maestra siempre buscó un equilibrio entre sus aventuras por ayudar, y ser puntual para que sus alumnos pudieran disfrutar al máximo cada lección. A través de esta experiencia, todos aprendieron que en la vida, cada minuto cuenta, y que siempre hay forma de combinar nuestros deseos de ayudar con la responsabilidad. Así, la escuelita se llenó de aprendizajes, risas y un gran sentido del tiempo que compartían en el aula.
FIN.