Karla y el Rayo de Luz



Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos, una niña llamada Karla. Karla tenía una gran pasión: la fotografía. Desde muy pequeña, le encantaba captar momentos especiales que la rodeaban. Cada vez que salía a pasear, llevaba su cámara colgada del cuello, lista para capturar el mundo.

Un día, su escuela anunció un concurso a nivel nacional para encontrar la mejor fotografía del mundo. El ganador recibiría un viaje a una isla mágica donde las nubes eran de colores y las estrellas bailaban en la noche. Karla estaba emocionada.

Duplicó sus esfuerzos y salió a explorar. Se levantaba temprano, a veces incluso antes de que el sol saliera, y recorría los campos llenos de flores. Sus amigos siempre la acompañaban, riendo y disfrutando del aire fresco. Cada tarde, se reunían para compartir sus fotos en el parque.

"Miren esta: ¡la luna se refleja en el río!" – dijo Karla, mostrando una instantánea que había tomado la noche anterior.

"¡Es preciosa!" – exclamó Diego, su mejor amigo. – "¿Por qué no hacemos una gran presentación antes de enviar nuestras fotos?".

"¡Eso es una gran idea!" – respondió Karla, entusiasmada.

Los días pasaron y llegó el momento de presentar las fotos. Karla había tomado una imagen muy especial: era un atardecer en la cima de la montaña, donde el cielo se pintaba de rojo, naranja y rosa. En el primer plano, tres niños reían, mientras volaban sus cometas.

"Es la foto que siempre soñé tomar" – le dijo a Diego. – "Captura la alegría y la belleza de nuestra vida aquí".

El día de la evaluación, los educadores de la escuela estaban listos para ver las obras de arte de cada niño.

"Veremos lo que cada uno ha creado" – dijo la profesora Ana, con una sonrisa en su rostro.

Las fotos fueron presentadas una a una, y todos estaban nerviosos. Finalmente, llegó el turno de Karla. Cuando mostró su fotografía, el salón se llenó de silencio. Todos estaban hipnotizados por los colores y la felicidad que emanaba de la imagen.

"¡Es increíble, Karla! ¡Tienes un talento magnífico!" – dijo la profesora Ana, visiblemente emocionada.

Días después, llegó el gran momento de revelar al ganador. La expectativa era palpable. Todos los niños se reunieron en la plaza del pueblo donde se haría el anuncio. Karla estaba entre los más ansiosos.

"Por favor, que me toque a mí, por favor..." – murmuraba una y otra vez.

El jurado subió al escenario, y alguien tomó el micrófono. Era el momento de la verdad.

"Y el premio a la mejor fotografía del mundo va para... ¡Karla!" – anunció el jurado.

La multitud estalló en aplausos, y Karla no podía creerlo. Se acercó tímidamente al escenario, con el corazón latiendo a mil por hora.

"¡No sé qué decir! Estoy muy feliz" – dijo, con la voz entrecortada.

Cuando llegó el día del viaje a la isla mágica, sus amigos la acompañaron al aeropuerto. Todos estaban orgullosos y la apoyaban.

"Nosotras haremos un mural con tu foto para que te recuerdes de nosotros" – comentó su amiga Sofía.

"¡Eso sería genial!" – dijo Karla, mientras viajaba hacia el nuevo horizonte.

En la isla mágica, Karla descubrió paisajes que nunca había imaginado. Aprendió sobre otras formas de fotografiar y conoció a fotógrafos de todo el mundo. Con cada click de su cámara, su amor por la fotografía se hacía más fuerte.

Al volver a su pueblo, decidió organizar una exposición con las fotos que había tomado en la isla y compartir lo que había aprendido.

"Quiero que todos experimenten la belleza a través de mis fotos" – declaró, mientras colgaba sus obras en la plaza del pueblo.

La exposición fue un éxito. Los adultos y niños del pueblo se acercaban para admirar las imágenes.

"¡Karla, esto es asombroso!" – decía Diego, mientras miraba las fotos con admiración.

Karla comprendió que el verdadero valor de ganar un premio no solo radica en el reconocimiento, sino en la capacidad de inspirar a otros. Desde entonces, su pasión por la fotografía se expandió y motivó a otros a encontrar su propio camino.

Así, un pequeño pueblo se llenó de risas y creatividad, todo gracias a una niña con una cámara y un sueño.

Y desde aquel día, no solo Karla tomó fotos de su mundo, sino que inspiró a otros a ver la belleza en cada pequeño rincón de la vida. ¡Y colorín colorado, este cuento se ha acabado!

FIN.

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