Karla y el tesoro de las palabras
encontraría en las páginas de esas historias. Un día, mientras Karla paseaba por el mercado del pueblo con su mamá, vio a un anciano sentado en un banco, leyendo un libro.
Sin poder contener su emoción, se acercó corriendo y le preguntó:- ¡Señor, señor! ¿Me enseñaría a leer? El anciano la miró con ternura y respondió:- Claro que sí, pequeña. El conocimiento es un tesoro invaluable que todos deberíamos tener acceso. Ven conmigo.
El anciano se llamaba Don Alberto y era el bibliotecario del pueblo. Juntos, caminaron hasta la pequeña biblioteca local donde había estantes llenos de libros de todas las formas y colores.
- Aquí encontrarás todo lo que necesitas para aprender a leer -dijo Don Alberto sonriendo-. Pero primero debemos empezar por lo básico: las letras. Karla estaba emocionada. Se sentaron juntos en una mesa y Don Alberto sacó un libro lleno de dibujos coloridos.
- Estas son las vocales -explicó mientras señalaba cada una-. A, E, I, O y U. Karla repitió las letras después de él varias veces hasta que pudo reconocerlas sin ayuda. Luego pasaron a las consonantes y poco a poco fue formando palabras simples.
Con el tiempo, Karla comenzó a leer cuentos cortos por sí misma. Cada vez que terminaba uno nuevo, sus ojos brillaban aún más brillantes que antes.
Pero un día algo triste ocurrió: la biblioteca cerró debido a problemas económicos del pueblo. Karla se sintió desanimada al ver que no tenía acceso a los libros que tanto amaba. Decidida a encontrar una solución, Karla habló con sus amigos del pueblo y juntos idearon un plan.
Organizaron una feria de libros para recaudar fondos y así poder reabrir la biblioteca. El día de la feria, el pueblo entero se unió en apoyo a Karla y su causa.
Había puestos de venta de libros usados, actividades relacionadas con la lectura y hasta un escenario donde niños y adultos recitaban poesías. La feria fue todo un éxito y lograron recaudar suficiente dinero para reabrir la biblioteca. Todos celebraron con alegría mientras Karla sonreía orgullosa.
Desde ese día, Karla se convirtió en la guardiana de la biblioteca. Ayudaba a Don Alberto a organizar los libros, recibía a los visitantes e incluso daba pequeñas clases de lectura a los más jóvenes del pueblo.
Karla nunca dejó de aprender y leer nuevos libros. Cada página era una aventura que expandía su imaginación y conocimiento. Y aunque ya había cumplido su sueño de aprender a leer, sabía que siempre habría más historias esperándola en las páginas por descubrir.
Y así, en aquel pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques, Karla demostró al mundo que nunca es demasiado joven o demasiado pequeño para perseguir tus sueños y hacer una diferencia en tu comunidad.
FIN.