Kika, Oliver y el Jardín Mágico



Era un día radiante en el barrio de Kika y Oliver. El sol brillaba, los pájaros cantaban y Miku, la gata de Kika, se estiraba al sol en el patio.

- ¡Miku! - llamó Kika, mientras se acariciaba el pelo. - ¿Te gustaría salir a explorar?

Miku levantó la cabeza con curiosidad y dio un salto hacia Kika, como diciéndole que sí.

- Vamos, Oliver. - dijo Kika con entusiasmo mientras se dirigía a la puerta. - ¡Hoy será un día especial!

Oliver, que estaba leyendo un libro sobre animales, se emocionó.

- ¡Sí! Es hora de descubrir lo que hay más allá del parque.

Juntos, los tres amigos decidieron abandonar el barrio y adentrarse en el bosque cercano. Mientras caminaban, escuchaban los sonidos de la naturaleza: el crujir de las hojas, el murmullo de un arroyo y el canto lejano de las aves.

- ¿Sabías que las aves pueden recordar más de mil canciones? - dijo Oliver, emocionado.

- ¡No lo sabía! - gritó Kika, sorprendida. - A ver, ¿cuántas puedes cantarle a Miku?

Miku, con su cola en alto, pareció sonreír, y Oliver, en un tono divertido, empezó a imitar el canto de distintas aves. Pero a medida que se adentraban más en el bosque, se dieron cuenta de que el camino se volvía cada vez más extraño.

- ¿Qué es eso? - preguntó Kika, mientras señalaba un árbol gigantesco que tenía hojas de colores brillantes.

- ¡Es un árbol arcoíris! - dijo Oliver, mirando con asombro. - ¡Nunca había visto uno así!

De repente, el árbol empezó a moverse y de él emergieron pequeñas criaturas diminutas con alas brillantes.

- ¡Hola, amigos! - gritaron las criaturas. - ¡Bienvenidos a nuestro Jardín Mágico!

- ¡Soy Flori, la hada de las flores! - agregó una de las pequeñas hadas, revoloteando alrededor de Kika. - Este es un lugar lleno de biodiversidad; aquí hay plantas y animales que ustedes nunca han visto. ¿Quieren jugar?

Kika y Oliver, atónitos y disfrutando de la aventura, no pudieron resistirse.

- ¡Siii! - gritaron. Miku, lo cual era raro, decidió seguir a Flori y se trepó a su hombro.

- ¡Primero, un desafío! - dijo Flori. - Deben encontrar los cuatro elementos que representan nuestra biodiversidad: el agua, el aire, la tierra y el fuego.

La primera parada fue un estanque donde las ranas croaban alegremente.

- ¡El agua! - exclamó Kika. - Miku, mira cómo saltan.

Miku, fascinada, intentó atrapar una rana, pero terminó mojándose. Todos rieron.

Luego, continuaron hacia un campo de flores donde el aire estaba impregnado de aromas exquisitos.

- ¡Aquí está el aire! - dijo Oliver, tomando una bocanada profunda. - Las flores nos lo traen.

De repente, algo caliente pasó volando por su cabeza. Era un pequeño dragón de fuego.

- ¡Apúrense! - dijo el dragón, con una chispa en su mirada. - El fuego está aquí.

Oliver trató de seguir al dragón mientras Kika recogía una flor especial. Finalmente, llegaron a un gran montículo de tierra.

- Y la tierra - dijo Kika, dejando caer la flor. - ¡Lo tenemos todo!

Las pequeñas criaturas comenzaron a celebrar alrededor de ellos.

- ¡Han completado el desafío! - cantaron. - ¡Son verdaderos defensores de nuestra biodiversidad!

Kika, Oliver y Miku se miraron felices; sentían que habían aprendido algo especial.

- Ahora, para mostrarte nuestro agradecimiento, te enseñaremos a cuidar la naturaleza - dijo Flori. - ¡Sigue nuestro ejemplo!

Así, pasaron el resto del día aprendiendo a plantar árboles, a cuidar cada flor y a no tirar basura. Fue un día lleno de descubrimientos y sonrisas.

Cuando el sol comenzó a ponerse, Kika, Oliver y Miku se despidieron de las criaturas del jardín.

- Prometemos cuidar la naturaleza todos los días. - dijo Kika, con una gran sonrisa.

De regreso a casa, los tres amigos no solo habían explorado un mundo mágico, sino que habían hecho una promesa para siempre: ser amantes de la naturaleza. Desde ese día, se convirtieron en protectores del medio ambiente, ¡y siempre que encontraban un nuevo árbol o una flor, recordaban su día en el Jardín Mágico!

FIN.

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