Kikas Magical Drive


Había una vez una niña llamada Kika, quien era conocida por ser muy responsable y amorosa. A ella le encantaba trabajar con niños y siempre estaba dispuesta a ayudar en lo que fuera necesario.

Tenía dos hermanas pequeñas y tres sobrinos a quienes adoraba. Un día, mientras paseaba por el campo, Kika encontró un árbol mágico. Este árbol tenía unas aceitunas especiales que podían conceder deseos.

Kika decidió pedirle al árbol que le permitiera conducir un coche, ya que siempre había soñado con hacerlo. Luego de hacer su deseo, Kika se dio cuenta de que ahora tenía la habilidad de conducir rápido y bien.

Estaba emocionada y quería compartir esta experiencia con sus hermanas y sobrinos. Al llegar a casa, Kika les contó a todos sobre el árbol mágico y los invitó a dar un paseo en su nuevo coche. Todos estaban emocionados y aceptaron encantados la invitación.

-¡Vamos! ¡Suban al coche! -dijo Kika entusiasmada-. Les aseguro que será una aventura inolvidable. Kika manejaba con mucha precaución mientras sus hermanas y sobrinos disfrutaban del paseo por el campo. Se detuvieron en un lindo lugar donde pudieron ver muchos árboles altos y frondosos.

-Miren esos árboles tan bonitos -exclamó uno de los sobrinos-. ¿Podemos subirnos a uno? Kika sonrió ante la idea y asintió con la cabeza. Juntos buscaron el árbol más resistente y comenzaron a trepar.

Subieron tan alto que pudieron ver todo el campo desde lo alto de las ramas. -¡Es increíble! ¡Parece que estamos volando! -gritó una de las hermanas emocionada. La tarde pasó volando mientras disfrutaban del paisaje.

Pero de repente, se dieron cuenta de que empezaba a oscurecer y no sabían cómo bajar del árbol. -Oh no, ¿qué haremos ahora? -preguntó preocupada una de las hermanas. Kika recordó su amor por Dios y decidió pedirle ayuda en ese momento difícil.

Cerró los ojos y rezó con mucha fe para encontrar una solución. De pronto, un viento suave sopló entre las hojas del árbol y Kika sintió como si alguien la empujara hacia abajo.

Abrió los ojos y se dio cuenta de que estaban flotando suavemente hasta el suelo. -¡Lo logramos! ¡Gracias a Dios! -exclamaron todos al llegar sanos y salvos al suelo.

Desde entonces, Kika aprendió la importancia de ser responsable pero también confiar en sí misma y en algo más grande que ella. Comprendió que siempre hay soluciones cuando se tiene fe y determinación.

Y así, Kika continuó trabajando con niños, amando a sus sobrinos y hermanas, obedeciendo a su madre sabia y disfrutando cada momento especial junto al café, las aceitunas, el campo y los árboles mágicos.

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