Kiko el Koala y el Poder de los Límites
En el corazón del bosque australiano, vivía un koala llamado Kiko. Era un koala muy amistoso, siempre dispuesto a jugar y compartir con sus amigos: la ardilla Lila, el canguro Tomy y el loro Pipo. Sin embargo, había algo que Kiko nunca había aprendido a hacer: a poner límites a los demás.
Cada día, Kiko se pasaba horas trepando árboles, corriendo detrás de Lila, saltando con Tomy y haciendo ruidos graciosos con Pipo. Pero había veces que Kiko se sentía cansado y quería descansar, o simplemente quería pasar un momento a solas con un buen plato de hojas de eucalipto, su comida favorita.
Un día, los amigos de Kiko lo invitaron a jugar a la búsqueda del tesoro.
"¡Vamos, Kiko! ¡Esto va a ser divertidísimo!" - gritó Tomy.
Pero Kiko no se sentía con muchas ganas de jugar.
"Eh... chicos, hoy no creo que quiera jugar..." - murmuró Kiko.
"¡No seas aguafiestas! Vamos, sólo un ratito más!" - insistió Lila, mientras le tiraba de la pata.
Kiko, sintiéndose apresado por la presión de sus amigos, terminó cediendo. Pasaron horas buscando tesoros en el bosque, pero Kiko apenas pudo disfrutar, ya que estaba cansado y solo quería volver a casa.
Al día siguiente, Kiko decidió que tenía que cambiar. Tomó una hoja de eucalipto y se sentó a pensar en cómo podía ser más sincero con sus amigos. Luego de un buen rato, llegó a una conclusión: ¡tenía que aprender a decir “stop” cuando algo no le gustara!
Poco después, Kiko fue al parque para encontrarse con sus amigos. Cuando llegaron, Lila empezó a organizar un nuevo juego de escondidas.
"¡Vengan, vamos a jugar!" - exclamó Lila.
Kiko respiró hondo y se armó de valor.
"Chicos, yo no quiero jugar ahora. Me gustaría descansar un poco y comer algunas hojas de eucalipto. Necesito un tiempo para mí" - dijo Kiko, con una sonrisa.
Los amigos de Kiko quedaron sorprendidos.
"¡Está bien, Kiko! Si necesitas un momento solo, lo entendemos" - respondió Tomy, mientras se encogía de hombros.
"¡Sí! Podemos esperar a que estés listo para jugar más tarde" - agregó Pipo, asentando con la cabeza.
Kiko no podía creerlo. Había sido sincero y sus amigos lo respetaron. Se sentó bajo su árbol favorito y disfrutó de sus hojas sin sentirse presionado.
Después de unos minutos, Kiko volvió a unirse a sus amigos, que estaban jugando a la sombra de otro árbol.
"¡Chicos! ¿Les parece si jugamos un poco al fútbol?" -preguntó Kiko, con una sonrisa brillante.
"¡Sí! Pero primero, Kiko, hay que recordarte que puedes decir ‘stop’ cuando lo necesites" - dijo Lila.
"Totalmente, Kiko, ahora todos sabemos que tus límites son importantes" - añadió Tomy, mientras pasaba la pelota a Kiko.
A medida que pasaban los días, Kiko se sintió más seguro de sí mismo. A veces decía “stop” cuando no quería hacer algo, y sus amigos siempre lo respetaban. Kiko había aprendido que poner límites no solo lo ayudaba a sentirse bien, sino que también fortalecía su amistad.
Finalmente, llegó el día de la gran fiesta en el bosque, donde todos los animales fueron invitados. Kiko se sintió emocionado, pero también un poco abrumado por la cantidad de juegos y actividades que había. Así que, decidido a cuidar de sí mismo, se acercó a sus amigos.
"Es genial que tengamos una fiesta, pero a veces me siento un poco abrumado. Si en algún momento necesito un descanso, ¿puedo decirles 'stop'?" - preguntó Kiko.
"¡Claro que sí, Kiko! La fiesta no se va a ir a ningún lado" - respondió Lila.
"Sí, amigo, y si quieres, siempre podemos jugar un poco más tarde" - agregó Pipo con una sonrisa.
Kiko se sintió agradecido y disfrutó cada momento de la fiesta, sabiendo que tenía el poder de cuidar de sí mismo. Desde ese día, aprendió que no había nada de malo en poner límites y que, al hacerlo, podía disfrutar más de la compañía de sus amigos.
Y así, Kiko el koala descubrió el poderoso secreto de decir “stop”, convirtiéndose en un ejemplo para todos los animales del bosque sobre la importancia de los límites y el autocuidado.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.