Kiwi y sus nuevos amigos


En un edificio muy grande y colorido vivía Kiwi, un perrito carlino de pelaje canela y ojos chispeantes.

Kiwi era conocido por ser un poco gruñón y no le gustaban para nada los niños que correteaban por los pasillos, riendo y jugando. Un día, una familia se mudó al edificio. Eran una mamá amorosa y tres niños pequeños: Camila, Mateo y Sofía. Los niños eran curiosos, alegres y siempre estaban dispuestos a hacer nuevos amigos.

Desde el primer momento en que vieron a Kiwi, quisieron acercarse a él para jugar. Kiwi, al principio, les gruñía desde lejos tratando de espantarlos. Pero los niños no se dieron por vencidos.

Decidieron acercarse lentamente a Kiwi con mucho cuidado y respeto. "Hola, Kiwi", dijo Camila con voz suave mientras extendía la mano para acariciarlo. Kiwi se sorprendió por la amabilidad de la niña y decidió no gruñirle esta vez.

Poco a poco, Camila logró ganarse la confianza de Kiwi con sus caricias delicadas. "¿Quieres jugar con nosotros?", propuso Mateo emocionado. Kiwi miró a los tres hermanitos con curiosidad.

Por primera vez en mucho tiempo, sintió algo cálido en su corazón al ver las sonrisas inocentes de los niños. A partir de ese día, Kiwi comenzó a pasar más tiempo con Camila, Mateo y Sofía.

Descubrió lo divertido que era correr junto a ellos por el parque cercano al edificio, jugar a atrapar la pelota e incluso disfrutar de largas siestas bajo el sol mientras los niños lo rodeaban con cuidado. Con el paso del tiempo, Kiwi se dio cuenta de cuánto amor podían darle esos pequeños amigos que había encontrado.

Aprendió a ser paciente cuando tironeaban su cola sin querer o lo abrazaban fuertemente durante sus juegos.

Un día lluvioso, mientras todos estaban juntos en el departamento viendo caer las gotas desde la ventana, Sofía abrazó tiernamente a Kiwi y dijo:"¡Eres nuestro mejor amigo! Te queremos mucho". Las palabras de Sofía llenaron el corazón de Kiwi de felicidad.

En ese momento supo que ya no era un perrito gruñón que rechazaba a los niños; ahora era parte de una familia donde reinaba el cariño sincero y la alegría compartida. Desde entonces, Kiwi disfrutaba cada día junto a sus amigos humanos aprendiendo nuevas cosas y explorando juntos aventuras inolvidables.

Se convirtió en un perro feliz que descubrió lo maravilloso que podía ser tener unos buenos amigos como Camila, Mateo y Sofía.

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