Kylo y sus amigos peludos


Había una vez un perrito llamado Kylo que llegó a mi casa en una fría noche de invierno.

Estaba perdido y asustado, pero su carita tierna y sus ojitos brillantes conquistaron mi corazón desde el primer momento en que lo vi. Al principio, Kylo estaba un poco desorientado. No sabía dónde estaba ni qué hacer.

Pero afortunadamente, en mi casa vivían una perrita llamada Luna y un gatito llamado Simón, quienes se acercaron a él con curiosidad y cariño. Luna, la perrita madre por naturaleza, tomó a Kylo bajo su ala (o más bien, bajo su pata) y lo cuidó como si fuera uno de sus cachorros.

Lo enseñó a comportarse como un verdadero perro: a ladrar cuando alguien tocaba la puerta, a jugar con sus juguetes y a hacer sus necesidades afuera en el patio.

"Kylo, así es como se hace", le decía Luna mientras le mostraba cómo enterrar sus huesos para después desenterrarlos con alegría. Por otro lado, Simón el gatito era todo un personaje. A pesar de ser pequeño comparado con Kylo y Luna, tenía una personalidad muy fuerte y no dudaba en demostrar quién mandaba en la casa.

Sin embargo, pronto descubrió que Kylo no era una amenaza sino un amigo en potencia. "¡Miau! ¡Bienvenido a nuestra familia peluda!", maullaba Simón mientras saltaba ágilmente de un mueble a otro para mostrarle su territorio a Kylo.

Kylo se adaptó rápidamente a su nueva vida junto a Luna y Simón.

Aprendió los horarios de las comidas (y también los snacks entre comidas), disfrutó de largas siestas al sol junto al ventanal y descubrió la emoción de perseguir mariposas por el jardín. Pero la historia dio un giro inesperado cuando una tarde escuchamos ruidos extraños provenientes del fondo del jardín.

Al salir corriendo para ver qué pasaba, nos encontramos con que Luna había quedado atrapada en el viejo cobertizo abandonado donde solíamos guardar herramientas de jardinería. "¡Ayúdenme! ¡No puedo salir!", lloriqueaba Luna con angustia mientras movía la cola frenéticamente intentando liberarse. Kylo no dudó ni un segundo.

Con valentía y determinación se acercó al cobertizo e intentó abrir la puerta con todas sus fuerzas. Por más que era pequeño comparado con Luna, tenía un corazón gigante lleno de amor por su familia peluda.

"¡Vamos Luna! ¡Yo te sacaré de ahí!", ladraba Kylo mientras empujaba la puerta con todas sus fuerzas hasta lograr abrirla lo suficiente para que Luna pudiera escapar sana y salva. Todos celebramos emocionados el acto heroico de Kylo.

Luna lo miraba orgullosa y Simón le daba palmaditas amigables en el lomo como señal de admiración. Desde ese día, Kylo fue reconocido como parte indispensable de nuestra familia peluda.

Se convirtió en el guardián del jardín, el compañero fiel durante las siestas al sol y sobre todo, en el héroe que salvó a nuestra querida Luna cuando más nos necesitaba. Y así termina esta historia inspiradora sobre cómo un perrito perdido encontró amor y protección en una perrita maternal y un gatito valiente.

Porque no importa cuán diferentes seamos o cuántas patas tengamos; lo importante es tener un corazón grande lleno de amor para dar.

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