La Abejita Valiente y el Niño Asustado



Había una vez un hermoso campo lleno de flores de todos los colores. En el centro del campo se erguía una colmena dorada, hogar de muchas abejitas laboriosas. Una de ellas, llamada Bibi, era conocida por su curiosidad y su valentía. Un día, mientras el sol brillaba intensamente, una familia llegó al campo para disfrutar de un día de picnic.

Bibi, intrigada, salió de la colmena y revoloteó alrededor de las flores, observando a las personas. De repente, sus ojos se posaron en un niño que jugaba solo, haciendo figuras con el barro.

"¡Hola!" –dijo Bibi, volando cerca del niño–. "¿Te gustaría jugar conmigo?".

El niño, llamado Tomás, dio un salto y se quedó helado. "¡Una abeja!" –gritó, asustado y tratando de alejarse–. "¡No te acerques!".

Bibi sintió un ligero dolor en su corazón. No entendía por qué Tomás tenía miedo. Entonces decidió acercarse un poco más, pero con precaución.

"No soy peligrosa, solo quiero jugar" –explicó Bibi, intentando que su voz sonara amistosa–. "Soy Bibi, la abeja curiosa. Sólo quiero hacer nuevos amigos".

Tomás la miró con desconfianza y dijo: "¿Y por qué deberíamos jugar contigo? Te dicen que picás, y eso duele".

Bibi sonrió. "Te prometo que no te haré daño. Solo estoy aquí para divertirme, como tú. Además, soy muy buena en ayudar a las flores a crecer, ¿sabías?".

Intrigado, Tomás soltó su miedo un poquito y preguntó: "¿Cómo ayudás a las flores?".

"Pollinizando, claro" –respondió Bibi, llenándose de entusiasmo–. "Cuando voy de una flor a otra, las ayudo a producir semillas para que crezcan más flores. Sin abejas como yo, el campo no estaría tan hermoso".

Tomás se sentó en el suelo, pensando. "Eso suena genial, pero sigue dándome miedo".

"¿Qué tal si hacemos un trato?" –ofreció Bibi con una sonrisa–. "Si te dejo enseñarme a jugar, y vos me dejás mostrarte lo que hago, quizás así puedas ver que no soy tan temible".

Tomás se quedó pensando, y finalmente dijo: "Está bien. Te enseñaré a hacer figuras de barro, y vos me mostrarás cómo polinizar flores".

Así, comenzaron su día jugando juntos. Tomás le mostró a Bibi cómo hacer pequeños animalitos de barro, y cada vez que Bibi veía que Tomás sonreía, se sentía más feliz. En retorno, Bibi le compartió los secretos del campo: cómo las flores abrían sus pétalos para dejar entrar a la abeja y cómo, al hacer su trabajo, creaba un hermoso ciclo de vida.

A medida que el sol comenzó a caer, Tomás dio un paso adelante. "Creo que no deberíamos temer a las abejas. Eres divertida y buena".

"Exacto"  –respondió Bibi, llenándose de alegría–. "Las abejas son amigas de la naturaleza. Sin nosotras, no tendrías ese hermoso campo".

Desde ese día, Tomás y Bibi siguieron siendo amigos inseparables, explorando juntos cada rincón del campo. Tomás aprendió a querer a las abejas y las cuidaba cada vez que las veía volar, mientras que Bibi siempre estaba lista para ayudar a Tomás con su amor por el barro.

Y así, en un hermoso campo de flores, una abeja y un niño descubrieron la verdadera conexión que existe en la naturaleza, recordando siempre a otros que la amistad puede florecer incluso entre los seres más diferentes.

FIN.

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