La Abenueva y el Viaje al Reino del Sol



En un bosque lleno de vida y color, vivía una pequeña abeja llamada Abenueva. Sus alas doradas brillaban como el oro cuando el sol iluminaba cada rincón. Sin embargo, desde hacía días, el sol no había salido y el bosque entraba en una profunda tristeza.

Una mañana, mientras Abenueva se posaba en su flor favorita, una enorme y reluciente flor dorada comenzó a susurrarle.

"Abenueva, oh abeja de alas doradas, te necesito. ¡Ayúdame! El sol se ha escondido en el Reino del Sol y no puedo florecer sin su luz."

Intrigada y preocupada, Abenueva se acercó más.

"¿Cómo puedo ayudarte? Yo soy solo una pequeña abeja. No puedo volar tan alto como el sol."

"Quizás no puedas volar tan alto, pero tu valentía puede llevarte lejos. Si entras por el portal en mi tallo, llegarás al Reino del Sol. Ahí encontrarás la manera de traer al sol de regreso."

Abenueva dudó por un instante, pero la fuerza del deseo de ayudar a su amiga la impulsó a entrar por el portal. Mientras lo hacía, un torbellino de luces y colores la envolvió.

Al salir del portal, Abenueva se encontró en un lugar maravilloso. El Reino del Sol era un paisaje brillante, con ríos de luz dorada y árboles que se balanceaban suavemente. Sin embargo, allí también se sentía una tristeza. Las flores y los animales estaban apagados y les faltaba la energía del sol.

De repente, un ave deslumbrante, con plumas de colores brillantes, se posó a su lado.

"¡Hola, pequeña abeja! Soy Radiante. ¿Qué te trae al Reino del Sol?"

"¡Hola! Vine a ayudar a la flor dorada del bosque. El sol no ha salido y todos estamos muy tristes. ¿Sabes cómo puedo traerlo de vuelta?"

"¡Sí! Pero no será fácil. El sol ha perdido su rayo vibrante porque ha perdido la fe en los seres que lo miran. Necesitamos encontrar al guardián del sol, quien vive en la montaña de los susurros."

Abenueva, decidida, y Radiante emprendieron su camino hacia la montaña. Durante su viaje, se encontraron con un río de luz que, para cruzarlo, debían resolver un acertijo que le planteó un viejo pez dorado.

"¿Cuántas alas tiene un sueño?"

Abenueva pensó por un momento y recordó las noches que soñaba con ser valiente como su madre. Entonces respondió con seguridad:

"Los sueños tienen dos alas: una de esperanza y otra de valentía."

El pez sonrió y les permitió cruzar. Continuaron su camino y finalmente llegaron a la cima de la montaña, donde encontraron al guardián del sol, un anciano sabio con una larga barba que brillaba como el oro.

"¿Por qué habéis venido a este lugar?" preguntó el guardián.

Abenueva, con su pequeño corazón lleno de valentía, le contó su historia y le pidió ayuda.

"¿Y qué crees que puede hacer una abeja para restaurar la fe del sol?"

"Yo... Yo puedo intentar hablarle. Tal vez si le explico cuánto lo necesitamos, pueda regresar."

El guardián sonrió, impresionado por el coraje de Abenueva.

"Ve y habla con él. A veces, las pequeñas voces son las más poderosas."

Abenueva voló hacia donde el sol estaba escondido.

"¡Sol! ¡Escúchame! Te necesitamos. El bosque está triste sin tu luz. Las flores no pueden florecer, y todos están apagados."

Con cada palabra, la luz comenzaba a brillar más y más. El sol, tocado por la sinceridad de Abenueva, empezó a salir lentamente.

"Ah, pequeña abeja, has restaurado mi fe. Siempre me han admirado, pero olvidé que también necesitaba ser querido. Por tu valentía y tu amor, prometo brillar con toda mi fuerza."

Y así fue como el sol volvió a iluminar el bosque. Abenueva regresó, llena de alegría y con una nueva amistad en su corazón.

Al llegar, la flor dorada brilló con todos sus colores, llenando el bosque de vida y felicidad.

"Gracias, Abenueva. Has hecho algo maravilloso. Nunca subestimes el poder de tu voz y de tu valor."

Y desde ese día, cada vez que Abenueva veía el sol, recordaba que hasta las pequeñas acciones pueden tener un gran impacto en el mundo. Con sus alas doradas brillando, supo que siempre podría brillar en la vida de los demás, por muy pequeño que fuera su tamaño.

FIN.

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