La Abuela Clara y Sus Bizcochos Voladores
En un barrio colorido, muy alegre y encantado,
vivía la abuela Clara, de corazón bien agrandado.
Con su delantal blanco y su gorro de chef,
y su risa contagiosa, siempre daba un revés.
Cada tarde en su cocina, llenaba el aire de aroma,
con harina, azúcar y el amor que se desploma.
"Hoy haré bizcochos, así que a trabajar,"
decía con un guiño, ¡no había tiempo para descansar!
Niños del vecindario venían con gran emoción,
"¡Abuela Clara, queremos bizcochos, es una gran misión!"
"¡Claro, mis amores! ¡Prepárense ya!
Hay suficiente para todos, ¡déjenme preparar!"
Mezclaba los ingredientes con gran destreza,
la magia de su cocina era toda una belleza.
Batían los pequeños con gusto y sin cesar,
la abuela sonreía, ¡no se podía dejar de amar!
Un día llegó un niño con cara de preocupación,
"Abuela Clara, quiero un bizcocho, no tengo nada de emoción."
"Pero querido, hoy haremos un bizcocho especial,
y a todos los que quieran, los haremos sin igual."
"Un bizcocho de sueños, relleno de alegría,
con un sabor que ilumina, como un rayo de melodía."
Los niños asintieron, contagiados por su encanto,
y con cucharas en mano, jalaron al banco.
La abuela Clara, con su voz a flor de piel,
"Este bizcocho volará hasta donde no hay papel.
¿Quién quiere un pedacito de felicidad y razón?"
Los niños aplaudieron, llenos de emoción.
Pero al mezclar la masa, algo raro empezó a suceder,
esos bizcochos voladores no dejaban de crecer.
"¡Miren! ¡Miren! ¡Los bizcochos se elevan!"
Los niños gritaban, mientras el aire se llenaba.
De la cocina salían, danza y risa en el viento,
y un bizcocho dorado tomó el lugar de un monumento.
"¿Por qué vuelan los bizcochos?" preguntó una pequeña,
"Quizás es magia, o algo que nos enseña."
"Buena pregunta, mi amor," dijo la abuela en tono sabio,
"Los sueños vuelan alto, si se hacen con cariño y labio."
Los bizcochos se alzaron, formando un ballet, nla abuela rió feliz, con todo su saber.
Y los niños aprendían de aquella vorágine,
que con amor en la cocina, se puede llegar a la cúspide.
Cuando todo volvió a la calma, se sentaron a probar,
los bizcochos dorados que supieron encantar.
"Gracias, abuela Clara, por tanta alegría y amor,"
dijeron todos juntos, llenos de calor.
Y así, en cada tarde, al caer la luna en su esplendor,
los bizcochos de la abuela jamás perdieron su sabor.
Con risas y canciones, su cocina era hogar,
y en cada pedacito, un sueño para volar.
FIN.