La abuela y los niños astutos


Había una vez una abuela muy especial llamada Doña Rosa. Ella era conocida en todo el barrio por su alegría, sus deliciosas tortas y su amor por los cuentos.

Todos los días, después de preparar la merienda, se sentaba en su mecedora y contaba historias a todos los niños que se acercaban a escucharla. Un día soleado, mientras cortaba unas flores en su jardín, Doña Rosa encontró una botella de vino olvidada detrás de unos arbustos.

"¡Qué sorpresa!", exclamó la abuela con una sonrisa traviesa. "¿Por qué no disfrutaré un poquito de este vino hoy?" pensó para sí misma. Doña Rosa decidió probar un poco de vino durante la merienda.

Al principio, solo tomó un sorbo pequeño, pero el sabor le gustó tanto que siguió bebiendo más y más. Los niños del barrio notaron que algo extraño estaba pasando cuando Doña Rosa empezó a reír sin parar y a cantar canciones desafinadas.

"¡Jajaja! ¡Estoy tan feliz hoy!" exclamaba la abuela mientras daba vueltas alrededor de la mesa. Los niños estaban desconcertados al ver a Doña Rosa comportarse de esa manera.

Sabían que algo andaba mal y decidieron actuar antes de que las cosas empeoraran. "¡Abuela! ¿Estás segura de estar bien?" preguntó Pedro, el niño más valiente del grupo. "¡Claro que sí, queridos! Solo estoy disfrutando un poco este vino tan rico", respondió Doña Rosa con una risa nerviosa.

Los niños se miraron entre ellos preocupados. Sabían que tenían que hacer algo para ayudar a su querida abuela antes de que las cosas se salieran de control.

Decidieron organizar un plan para distraerla mientras intentaban quitarle la botella de vino. "Abuela, ¿por qué no nos cuentas esa historia tan divertida sobre el dragón parlanchín?" sugirió Sofía con una sonrisa nerviosa. Doña Rosa aceptó encantada y comenzó a relatar uno de sus cuentos favoritos.

Mientras ella estaba concentrada en la historia, los niños aprovecharon para quitarle discretamente la botella de vino y esconderla fuera de su alcance.

Al terminar el cuento, Doña Rosa notó que ya no tenía la botella en sus manos y miró sorprendida a los niños. Sin embargo, en lugar de enojarse o ponerse triste, soltó una carcajada sincera y les dio las gracias con lágrimas en los ojos por cuidarla como lo hacían.

"Gracias mis pequeños ángeles por estar siempre pendientes de mí", dijo emocionada mientras abrazaba a cada uno con cariño. Desde ese día, Doña Rosa aprendió la importancia de moderarse al beber alcohol y prometió ser más consciente al respecto.

Los niños también aprendieron sobre la importancia del cuidado mutuo y cómo trabajar juntos puede resolver cualquier problema por difícil que parezca.

Y así fue como esta divertida anécdota se convirtió en otra historia inolvidable contada por Doña Rosa bajo el sol brillante del patio trasero donde todos aprendieron valiosas lecciones sobre amistad, responsabilidad y apoyo mutuo.

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