La Abuelita y el Niñito Perdido
Era una tarde soleada en el barrio de La Boca. Doña Rosa, una abuelita cariñosa y amigable, paseaba por la calle buscando algo de comida para preparar su famoso guiso de lentejas. Tenía un corazón tan grande como su amor por la cocina, pero también estaba un poco preocupada porque no había encontrado nada aún.
Mientras caminaba, de pronto, escuchó un sollozo apagado. Doña Rosa se acercó con curiosidad y encontró a un niño pequeño, de no más de seis años, sentado en una vereda, con la cara llena de lágrimas.
- ¿Por qué llorás, pichón? - le preguntó la abuelita, agachándose para estar a su altura.
- No sé cómo volver a casa - respondió el niño entre sollozos. - Me perdí de mi mamá en el parque y ahora no puedo encontrarla.
Doña Rosa sintió que su corazón se llenaba de compasión. - No te preocupes, yo te ayudaré a encontrar a tu mamá. ¿Cómo te llamás? -
- Me llamo Martín - dijo el nene, limpiándose las lágrimas con la manga de su camiseta.
- Bueno, Martín, vamos a hacer un plan. Primero, tratemos de recordar juntos qué camino tomaste antes de perderte - sugirió la abuelita.
Martín pensó un momento. - Yo estaba jugando con mi pelota cerca de los árboles del parque... -
- ¡Muy bien! Entonces podemos volver a esa zona y preguntar si alguien la ha visto. - Doña Rosa se levantó y le ofreció su mano al niño. - Vení, no te preocupes, todo va a salir bien.
Caminaron juntos hacia el parque, mientras Doña Rosa le contaba historias sobre su infancia, de cómo solía jugar con sus amigos en la misma calle donde estaban caminando. Esto hizo que Martín sonriera un poco.
Al llegar al parque, Doña Rosa se acercó a algunos de los padres que estaban allí. - Disculpen, ¿alguien ha visto a la mamá de este niño? Él se perdió y quiere volver a casa. -
La mayoría de los padres comenzaron a ayudar, mientras algunos también compartían sus propias historias de cuando habían perdido a sus hijos. El parque se llenaba de risas y voces aunque Martín todavía estaba un poco preocupado.
De repente, se escuchó una voz conocida que llamaba al niño. - ¡Martín! - era la mamá, que se acercaba corriendo, con un rostro preocupado.
- ¡Mamá! - gritó Martín, corriendo hacia ella y abrazándola fuertemente.
- Gracias, señora - dijo la mamá a Doña Rosa, con lágrimas en los ojos. - Estaba tan asustada. No sé qué habría hecho sin usted.
- No hay de qué, m'ija. Solo hice lo que cualquier abuelita haría. - Doña Rosa sonrió, sintiéndose feliz por haber ayudado.
La mamá y el niño se despidieron con una sonrisa, mientras Doña Rosa continuaba su camino, sintiéndose orgullosa por lo que había hecho. Se dio cuenta de que aunque estaba buscando comida, había encontrado algo aún más valioso: una amistad momentánea que había iluminado su día. Desde entonces, siempre que Doña Rosa pasaba por el parque, veía a Martín jugar y siempre le sonreía, recordando aquel día en que juntos encontraron el camino de vuelta a casa.
FIN.