La alegría de los pollitos traviesos
En un pequeño pueblo rodeado de verdes prados y árboles frondosos, vivían Ana y Mario, dos amigos inseparables que compartían la misma pasión por jugar a la cuerda.
Todos los días, al salir del colegio, se reunían en el patio de la casa de Ana con sus cuerdas listas para saltar y divertirse. - ¡Vamos, Ana! ¡A ver quién salta más alto esta vez! -exclamaba Mario emocionado mientras agitaba su cuerda con entusiasmo.
- ¡Sí! ¡Vamos a darlo todo hoy! -respondía Ana con una sonrisa radiante en su rostro. Y así comenzaban a saltar y saltar, desafiando a la gravedad con cada brinco.
El sol brillaba en lo alto del cielo y el viento soplaba suavemente acariciando sus rostros llenos de alegría. No había nada que los detuviera cuando estaban juntos jugando a la cuerda. Un día, mientras estaban inmersos en su juego, escucharon unos pequeños píos provenientes del otro extremo del patio.
Se asomaron curiosos y descubrieron que los pollitos recién nacidos de la gallina Cleo habían decidido unirse a la diversión. La madre gallina los miraba orgullosa desde lejos. - ¡Mira, Mario! Los pollitos también quieren jugar con nosotros -exclamó Ana emocionada.
- Sí, parece que les gusta nuestra forma de divertirnos -respondió Mario riendo. Los pollitos correteaban entre las cuerdas intentando imitar los saltos de Ana y Mario.
Aunque no lograban coordinarse muy bien al principio, poco a poco fueron mejorando gracias a la paciencia y ayuda de sus nuevos amigos humanos. La gallina Cleo cacareaba feliz viendo cómo sus crías se integraban tan bien con Ana y Mario.
Con el paso de los días, aquel rincón del patio se convirtió en el lugar favorito tanto para jugar a la cuerda como para ver crecer a los traviesos pollitos.
Ana y Mario aprendieron importantes lecciones sobre amistad, colaboración y respeto hacia los animales gracias a esa inesperada visita en su rutina diaria. Las tardes se llenaron de risas, juegos compartidos y nuevas aventuras junto a Cleo y sus pollitos.
Y aunque seguían disfrutando como siempre de saltar sin parar hasta cansarse, ahora lo hacían acompañados por unos compañeros muy especiales que les recordaban lo maravilloso que es tener amigos diferentes pero igualmente valiosos.
Así fue como Ana y Mario descubrieron que las mejores experiencias surgen cuando menos te lo esperas; solo hace falta abrirse al mundo con corazón generoso para encontrar tesoros invaluables en cada rincón.
FIN.