La amiga de los huevos



Kalessy era una niña muy especial. Siempre estaba rodeada del cariño de sus abuelitos, quienes la mimaban y consentían en todo momento. A sus 5 años, Kalessy disfrutaba aprender cosas nuevas y hacer amigos en el vecindario.

Un día soleado, la abuelita le pidió a Kalessy que fuera a comprar huevos al mercadito del costado de su casa. La niña asintió emocionada y se puso su gorrito rosa antes de salir corriendo hacia el mercado.

Al regresar a casa con los huevos en una canasta, Kalessy vio a una niña de su edad jugando sola en la vereda. Sin dudarlo un segundo, dejó la canasta en la entrada y se acercó a la niña desconocida.

"- ¡Hola! Soy Kalessy, ¿quieres ser mi amiga?", preguntó con entusiasmo. La niña sonrió tímidamente y asintió. Pronto ambas estaban correteando por el jardín de la casa de Kalessy, riendo y divirtiéndose como si se conocieran desde siempre.

La abuelita observaba desde la ventana con ternura el bello encuentro entre las dos pequeñas. Decidió prepararles unos ricos scones para que compartieran mientras jugaban.

Al escuchar el timbre de un teléfono antiguo que había en la sala, la abuelita fue a atenderlo dejando los scones sobre una mesita cerca del jardín donde las niñas jugaban. Mientras tanto, Kalessy y su nueva amiga seguían explorando el jardín cuando vieron un gatito blanco escondido entre las flores.

La amiguita tenía miedo de acercarse, pero Kalessy le dijo con valentía:"- No te preocupes, yo lo conozco. Es Tomás, el gato travieso del barrio". Poco a poco lograron ganarse la confianza del gatito que empezó a jugar con ellas.

Las risas llenaron el aire mientras disfrutaban de aquel hermoso día juntas. De repente, un ladrido les llamó la atención. Era Max, el perro guardián del vecindario que se acercaba moviendo su cola contento por tener visitas nuevas.

Las dos niñas se pusieron algo nerviosas al principio ante aquel perro tan grande, pero Max solo quería jugar también. Pronto estaban los tres correteando felices por el jardín sin parar.

La abuelita salió al jardín sorprendida al ver tanta alegría desbordante en su hogar. Se sentó junto a ellas mientras compartían los scones calentitos recién hechos y les contaba historias maravillosas sobre cuando ella también era una niña como ellas.

El sol comenzaba a ponerse en el horizonte tiñendo el cielo de colores rosados y naranjas cuando las risas fueron menguando lentamente. Las dos amiguitas se despidieron prometiendo volver a jugar pronto.

Kalessy entró nuevamente a su hogar tomada de la mano de su abuelita sintiéndose feliz por haber conocido a esa nueva amiga gracias al simple acto de ir a comprar huevos al mercado.

Esa tarde quedó marcada en su corazón como un recuerdo imborrable lleno no solo de diversión sino también de nuevos afectos y aprendizajes sobre lo bonito que es compartir momentos especiales con otros niños sin importar si son desconocidos o no.

FIN.

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