La amiga que no sabía que tenía



Había una vez una niña llamada Luna. Era linda, amable y tranquila, pero llevaba en su corazón un sentimiento de soledad. Aunque tenía compañeros de clase, siempre se sintió un poco temerosa e insegura, como si no encajara del todo. Sus días transcurrían entre libros y retos, pero nunca se atrevía a levantar la mano en clase o a invitar a alguien a jugar.

Un día, mientras estaba en el patio de la escuela, escuchó a un grupo de niñas de otro salón hablando.

"¿Viste lo rara que es Luna? Nadie quiere jugar con ella porque siempre está sola" - dijo una de ellas con una risa burlona.

Luna se sintió herida y diminuta. Pensó que quizás era verdad, que nadie la quería. Esa tarde, decidió no volver a salir al patio. Se quedó en la clase, mirando por la ventana, sintiéndose más sola que nunca.

Al día siguiente, sus compañeros de salón notaron su ausencia en el recreo.

"¿Dónde está Luna?" - preguntó Tomás, un niño que siempre había jugado con ella.

"No sé, pero la vi triste ayer" - respondió Ana, una niña muy simpática.

"Vamos a buscarla" - sugirió Lucas.

Así, el grupo de amigos decidió acercarse a la clase de Luna. Cuando llegaron, la encontraron sentada en un rincón, con la mirada perdida.

"¡Luna!" - exclamó Ana, corriendo hacia ella.

"¿Estás bien?" - le preguntó Tomás, preocupado.

Luna levantó la mirada, confundida y un poco asustada.

"No... no quiero salir, mejor estoy aquí sola" - respondió, agachando la cabeza.

Lucas se sentó a su lado y le dijo:

"Nosotros nos preocupamos por vos. Y queremos jugar juntos. No estás sola, Luna. ¿Por qué no vienes al patio?"

Luna dudó, pero la calidez de las palabras de sus amigos le dio un poco de valor.

"Está bien... solo por un rato" - aceptó.

Cuando llegaron al patio, sus compañeros comenzaron a jugar a la pelota. Al principio, Luna se quedó un poco apartada, pero poco a poco fue avanzando. Sus amigos la animaban a unirse y, después de un par de intentos, finalmente captó la pelota.

"¡Eso! ¡Buen trabajo, Luna!" - gritó Tomás, aplaudiendo.

Poco a poco, se fue desdibujando el temor que tenía. La risa de sus compañeros la envolvía, y comenzaron a olvidarse de la conversación cruel que habían escuchado. De repente, varias niñas del salón se acercaron a ellas.

"Luna, ¿te gustaría venir a nuestra fiesta de cumpleaños?" - preguntó una de las niñas de otro grupo, sonriéndole.

En ese momento, Luna se dio cuenta de que no estaba sola. A pesar de lo que le habían dicho, sus compañeros valoraban su amistad.

"¡Me encantaría!" - respondió con una gran sonrisa, sintiendo cómo su corazón se llenaba de alegría.

La noticia de que Luna había sido elegida para ser parte de la fiesta se extendió por el salón. Al día siguiente, en clase, algunas de las niñas que habían dicho aquellas palabras hirientes se dieron cuenta de que habían hecho daño.

"Luna, lo sentimos mucho. No es justo lo que dijimos" - se disculpó una de ellas, con su cara roja de vergüenza.

"Sí, no debimos inventar eso. Queremos ser amigas" - agregó otra.

Luna miró a sus compañeros, grandes y pequeños, quienes la apoyaban. Se dio cuenta que la amistad era más fuerte que cualquier rumor.

"Está bien, gracias por venir a pedirme disculpas. ¡Quiero que seamos amigas!" - dijo, sintiendo la felicidad inundar todo su ser.

A partir de ese día, ya no sintió más esa soledad. A menudo se la podía ver jugando, riendo y disfrutando de la escuela, rodeada de sus nuevos amigos. Luna había descubierto que la amistad tenía un poder mágico y que nunca, nunca, estaba realmente sola cuando estaba rodeada de quienes la querían.

Y así vivió, sabiendo que, en la vida, siempre se podía contar con aquellos que valen la pena, eligiendo un camino lleno de alegría y compañerismo, dejando atrás el miedo y la inseguridad para siempre.

FIN.

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