La amistad en el prado


La ovejita Tita y la araña Poluda eran grandes amigas. A menudo se encontraban para jugar en el prado, donde la ovejita pastaba felizmente mientras la araña tejía su tela.

Un día, mientras jugaban juntas, Tita comenzó a quejarse de hambre. "¡Ay, Poluda! Me muero de hambre", dijo con una voz triste. "¿Y qué podemos hacer al respecto?", preguntó Poluda con una sonrisa en su rostro. "No lo sé", respondió Tita con un suspiro.

"No hay nada para comer aquí en el prado". Poluda pensó por un momento y luego tuvo una idea. "¡Tal vez podamos ir a buscar algo de comida juntas!", exclamó emocionada.

Tita asintió entusiasmada y las dos amigas comenzaron a caminar hacia el bosque cercano en busca de algo para comer. Caminaron durante horas sin encontrar nada que pudieran comer. La ovejita se desanimaba cada vez más, pero Poluda seguía animándola.

Finalmente, llegaron a un gran árbol frutal lleno de manzanas jugosas y maduras. "¡Mira, Tita! ¡Aquí hay muchas manzanas!", dijo Poluda saltando de alegría.

La ovejita estaba tan emocionada que empezó a correr hacia el árbol sin darse cuenta de una rama baja que había en su camino. Chocó contra ella y cayó al suelo golpeándose la cabeza muy fuerte. Poluda quedó preocupada al verla tirada en el suelo sin moverse.

Corrió rápidamente hacia ella y empezó a gritar: "¡Tita, Tita! ¿Estás bien? ¡Despierta!"La ovejita finalmente abrió los ojos lentamente y se levantó con dificultad. "Me duele mucho la cabeza", dijo mientras se tocaba la frente. Poluda le dio un abrazo reconfortante y luego tuvo otra idea.

"Tal vez deberíamos regresar al prado y descansar un poco", sugirió. Tita asintió débilmente, todavía sintiéndose aturdida por el golpe. Juntas, caminaron de regreso al prado donde Tita pudo descansar en paz.

Mientras tanto, Poluda corrió hacia su tela y tejió una hermosa hamaca para que Tita pudiera dormir cómodamente bajo el sol. La araña también buscó algunas hojas frescas para poner en la cabeza de su amiga como compresa fría. Después de unos minutos, Tita comenzó a sentirse mejor.

Se sentó en la hamaca que había tejido Poluda y dijo: "Gracias por cuidarme tan bien". "Siempre estaré aquí para ti, querida amiga", respondió Poluda con una sonrisa dulce.

Desde ese día en adelante, las dos amigas aprendieron una valiosa lección juntas: siempre debían cuidarse mutuamente, especialmente cuando uno de ellos estaba herido o necesitaba ayuda. Y nunca más volvieron a salir sin llevar algo para comer primero.

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