La amistad entre la Luna y Nubecita


Había una vez, en el cielo estrellado de la noche, una luna brillante y hermosa que se sentía muy sola y asustada cuando llegaba la hora de dormir.

A diferencia de las estrellas que la acompañaban, ella no podía ver nada a su alrededor y esto le generaba mucho miedo. Todas las noches, la luna miraba hacia abajo buscando a alguien con quien compartir su temor, pero todos los seres vivos ya estaban profundamente dormidos.

Los pájaros en sus nidos, los animales en sus guaridas y hasta las luciérnagas habían apagado sus luces. La luna se sentía cada vez más triste y desamparada.

Una noche, mientras la luna brillaba con intensidad en lo alto del cielo, escuchó un suave murmullo proveniente de una nube cercana. Era Nubecita, una pequeña nube blanca y esponjosa que también tenía miedo a la oscuridad. La luna sintió alegría al encontrar a alguien con quien compartir su temor.

"Hola Nubecita, ¿también tienes miedo a dormir en la oscuridad?" -preguntó la luna con voz temblorosa.

"Sí Luna, me siento tan solita cuando todos duermen y yo sigo flotando en el cielo sin poder ver nada" -respondió Nubecita con timidez. Desde esa noche, la luna y Nubecita se convirtieron en grandes amigas. Juntas compartían historias sobre el día que había pasado: cómo los niños jugaban felices bajo el sol o cómo las flores bailaban con el viento.

Y cuando llegaba la hora de dormir, se contaban chistes para olvidar el miedo a lo desconocido. Pero un día algo inesperado ocurrió: Nubecita desapareció del cielo dejando a la pobre luna nuevamente sola y asustada.

La luna lloró lágrimas plateadas que cayeron sobre la Tierra como gotas de rocío. Sin embargo, entre las sombras surgió un destello de luz: eran las estrellas que rodeaban a la luna formando figuras brillantes en el firmamento.

Las estrellas le recordaron a la luna que nunca estaba realmente sola; siempre había seres queridos dispuestos a acompañarla desde lejos. La luna entendió entonces que aunque no pudiera verlos directamente, siempre había amigos invisibles velando por ella durante toda la noche.

Con esta nueva certeza en su corazón luminoso, pudo conciliar el sueño tranquila y segura todas las noches.

Y así fue como la valiente Luna aprendió que incluso en medio de las tinieblas más profundas siempre habría luz esperándola al final del camino.

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