La Amistad Imaginaria



Había una vez una mujer llamada Sofía, que decidió mudarse a un pequeño pueblo en las afueras de la ciudad. Estaba emocionada por comenzar una nueva vida y hacer nuevos amigos.

Tan pronto como llegó a su casa, decidió presentarse a sus vecinos. Sofía notó que vivía al lado de una casa muy bonita con un hermoso jardín. Decidió ir allí primero para saludar a su vecina. Golpeó la puerta y esperó con entusiasmo.

- ¡Hola! Soy Sofía, tu nueva vecina -dijo Sofía con una sonrisa. Pero nadie respondió. Sin embargo, Sofía no se desanimó y decidió intentarlo nuevamente al día siguiente. Al día siguiente, Sofía volvió a tocar la puerta de su misteriosa vecina.

- ¡Hola! Soy Sofía otra vez. ¿Estás en casa? -preguntó Sofia algo confundida. Esta vez, escuchó ruidos dentro de la casa y finalmente alguien abrió la puerta. Era una mujer mayor con cabello gris y gafas redondas.

- ¡Hola! Me llamo Rosario -dijo la señora amablemente-. ¿En qué puedo ayudarte? Sofía se presentó nuevamente e invitó a Rosario a tomar un té en su casa para conocerse mejor.

Pasaron horas charlando sobre sus vidas y compartiendo risas. Se dieron cuenta de que tenían mucho en común y se hicieron buenas amigas rápidamente. A medida que pasaban los días, Sofía comenzaba a notar algo extraño sobre Rosario.

A veces parecía distraída y olvidadiza, pero Sofía no le dio mucha importancia. Un día, mientras Sofía estaba en el supermercado, se encontró con un vecino llamado Pedro. - ¡Hola! ¿Cómo te va? -saludó Pedro amistosamente. - Hola Pedro. Todo bien, gracias.

Estoy disfrutando de mi nuevo hogar y he conocido a una vecina encantadora llamada Rosario -respondió Sofía con entusiasmo. Pedro pareció confundido y sorprendido al escuchar el nombre de Rosario. - Pero... eso es imposible.

No hay nadie viviendo en esa casa desde hace años. La señora que solía vivir allí falleció hace mucho tiempo -dijo Pedro seriamente. Sofía quedó atónita ante la noticia. No podía creer lo que había oído.

Decidió ir directamente a la casa de Rosario para confrontarla con esta información. Cuando llegó, golpeó la puerta varias veces, pero nadie respondió. Decidió abrir la puerta con cuidado y entró lentamente. Para su sorpresa, encontró la casa vacía y polvorienta.

No había rastro de Rosario en ninguna parte. Sofía se sintió confundida y triste por haber perdido a su nueva amiga tan repentinamente.

Pero también se dio cuenta de algo importante: aunque Rosario no existiera realmente, ella había sido real para Sofía durante todo ese tiempo. Habían compartido momentos felices juntas e incluso habían creado recuerdos especiales.

A partir de ese día, Sofía decidió valorar aún más las relaciones humanas y aprender a apreciar cada momento con las personas que tenía a su alrededor. Entendió que la amistad y el amor no siempre necesitan una explicación lógica, sino que pueden ser mágicos y especiales de todas formas.

Y así, Sofía continuó su vida en el pueblo, haciendo nuevos amigos y recordando siempre la lección que Rosario le había enseñado: valorar cada momento con aquellos que amamos, sin importar si son reales o simplemente existen en nuestro corazón.

FIN.

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