La Amistad que Brilló



Érase una vez un niño llamado Raúl, que era muy tímido. En la escuela, siempre se sentaba en un rincón del patio, observando a los demás jugar y reír. Aunque le encantaría unirse, tenía miedo de que lo miraran y se burlaran de él. Un día, mientras estaba en su rincón habitual, vio a un niño nuevo en el aula. Era Kiko, un chico lleno de energía y con una sonrisa que iluminaba todo a su alrededor.

Kiko se acercó y le dijo:

"¡Hola! ¿Cómo te llamás? Soy Kiko. ¿Te querés jugar conmigo?"

Raúl, sorprendido, solo pudo responder con un tímido:

"Eh… sí, pero… no soy muy bueno en los juegos."

Kiko sonrió ampliamente:

"No importa, ¡vamos a divertirnos! Lo importante es pasarla bien. Vení, uníte a mí. Vamos a hacer una carrera."

Y así, Raúl dio su primer paso hacia la aventura. Kiko lo llevó a una carrera improvisada entre los árboles del patio. Al principio, Raúl se sintió un poco inseguro, pero la risa contagiosa de Kiko lo animaba.

Mientras corrían, Kiko empezó a hacer bromas.

"¡Cuidado, que viene la tortuga! ¡No te quedes atrás, Raúl!"

Raúl comenzó a reírse y a olvidarse de sus miedos. Se sintió más ligero, como si las nubes de timidez se estuvieran desvaneciendo. Después de la carrera, Kiko le preguntó:

"¿Te gustaría jugar al escondite ahora?"

"¡Sí!" respondió Raúl, sintiéndose más seguro.

Mientras jugaban, Raúl notó que otros niños también se estaban acercando. Algunos comenzaron a reírse y a unirse a sus juegos. Al final del día, Raúl se sintió feliz, por primera vez, al recordar que había hecho nuevos amigos gracias a Kiko.

Pasaron los días y Raúl se dio cuenta de que se estaba volviendo más confiado. Sin embargo, un día, una situación desafiante se presentó. Un grupo de niños comenzó a hacer bromas pesadas a un compañero de clase que siempre estaba solo. Raúl recordó cómo Kiko había sido amable con él, y decidió que debía hacer algo.

- “Kiko, tenemos que ayudarlo. No es justo que se rían de él.”

Kiko, sorprendido al ver a Raúl tan decidido, asintió.

- “¡Tenés razón! ¡Vamos a hablar con él! No puede estar solo.”

Ambos se acercaron al niño, que se llamaba Tomás, y se presentaron.

- “Hola, soy Raúl, y él es Kiko. ¿Querés jugar con nosotros? ¡Hay un montón de juegos! ”

Tomás levantó la mirada y, aunque un poco dudoso, dijo:

- “¿De verdad quieren jugar conmigo? ”

- “Claro, ¡vamos a divertirnos! No tiene que ser solo! ” respondió Kiko.

A partir de ese día, el grupo se volvió inseparable. Tomás se unió a ellos, y juntos comenzaron a formar un equipo. Se inventaron juegos, compartieron risas y, sobre todo, aprendieron a ser amables. Raúl entendía que su timidez se estaba desvaneciendo gracias a Kiko, pero también porque había aprendido el valor de cuidar a los demás.

Sin embargo, un día, Kiko y Raúl estaban organizando una carrera cuando se dio cuenta de que Tomás no estaba en el patio. Las risas se apagaron un poco. Kiko miró a Raúl y dijo:

- “¿Y si vamos a buscarlo? Quizás se siente solo de nuevo.”

- “¡Sí! No podemos dejarlo atrás.”

Raúl y Kiko fueron a buscar a Tomás en su casa. Cuando llamaron a la puerta, la mamá de Tomás les explicó que él estaba un poco triste porque había perdido su pelota favorita.

- “No se preocupen, un momento…”, dijo la madre mientras iba a buscarla.

Kiko tuvo una idea brillante:

- “Raúl, ¿y si le hacemos una sorpresa? Podríamos poner su pelota en una caja y decorarla. Así cuando venga, estará feliz.”

Raúl se iluminó ante la idea. Juntos, fueron al kiosco y compraron decoraciones, la pusieron en la caja y regresaron a casa de Tomás. Cuando él salió, sus ojos se abrieron de par en par:

- “¡Qué sorpresa! ¡Gracias, chicos! Me encanta.”

Ese día, aprendieron que también era importante apoyar a sus amigos. El colegio se volvió un lugar lleno de risas, juegos y buena onda. Raúl, que había empezado como un niño tímido, ahora era un amigo valiente que siempre estaba listo para hacer lo correcto, todo gracias a su amistad con Kiko y el nuevo vínculo con Tomás.

Así, Raúl, Kiko y Tomás continuaron creando momentos especiales juntos. La amistad es magia, y juntos demostraron que siempre hay espacio para más felicidad.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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