La amistad sin fronteras


Fátima llegó a España después de un largo viaje en patera. Había dejado atrás su hogar en Palestina debido a la guerra, y ahora se encontraba en un país desconocido, lejos de su familia.

Sus ojos tristes reflejaban la nostalgia y el miedo que sentía en su corazón. El primer día de clases fue difícil para Fátima. Al entrar al aula, todos los niños la miraron con curiosidad y luego volvieron la cabeza, murmurando entre ellos.

Nadie se acercaba a hablar con ella, nadie quería ser su amigo. "¿Por qué todos me evitan?", se preguntaba Fátima mientras las lágrimas asomaban en sus ojos. Durante el recreo, Fátima se sentó sola en una banca del patio.

Observaba cómo los demás niños jugaban felices juntos, sintiéndose cada vez más sola y desplazada. En ese momento, una niña llamada Martina se acercó tímidamente a Fátima.

Martina había notado lo triste que estaba Fátima y decidió tenderle una mano amiga. "Hola ¿cómo te llamas?" -preguntó Martina con una sonrisa cálida. Fátima levantó la mirada sorprendida por el gesto amable de Martina.

Lentamente comenzaron a hablar y descubrieron que tenían muchas cosas en común: les gustaba dibujar, jugar al fútbol y soñaban con viajar por el mundo. Poco a poco, otros compañeros se fueron acercando a Fátima y Martina. Descubrieron lo valiente que era haber cruzado medio mundo para encontrar un lugar seguro donde vivir.

Comenzaron a conocerla como persona, más allá de sus orígenes o nacionalidad. Con el tiempo, Fátima se integró completamente al grupo. Juntos compartían risas, juegos y meriendas en el patio del colegio.

Ya no importaba de dónde venía Fátima; lo importante era quién era ella como individuo único y especial. Un día, durante una clase sobre diversidad cultural, la maestra propuso hacer un mural donde cada niño pudiera representar sus raíces e identidad cultural.

Los compañeros de clase pidieron a Fátima que les contara sobre Palestina y ella compartió historias emocionantes sobre su tierra natal: los colores del desierto al atardecer, las canciones tradicionales que cantaba con su abuela y las recetas secretas de cocina heredadas por generaciones.

El mural quedó espectacular con la contribución de todos los niños representando sus distintas culturas. Ese día aprendieron que la diversidad es lo que hace al mundo tan maravilloso; cada uno tiene algo único para ofrecer al resto.

Fátima finalmente encontró un hogar lejos de casa gracias al cariño y apoyo incondicional de sus nuevos amigos en España.

Aprendió que no importa cuál sea tu origen o historia personal; lo fundamental es abrir tu corazón para aceptar a quienes son diferentes a ti.

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