La Ardilla Floripondia
En un hermoso bosque lleno de árboles majestuosos y arroyos cantarines, vivía una pequeña ardilla llamada Floripondia. A diferencia de sus amigas, que pasaban el tiempo recolectando nueces y avellanas, a Floripondia le encantaban las flores. Se pasaba horas y horas explorando el bosque en busca de las más hermosas y coloridas.
Un día, mientras exploraba una parte poco conocida del bosque, Floripondia se topó con un campo lleno de flores brillantes y fragancias deliciosas. El lugar parecía salido de un cuento. "¡Mirá qué bello!"- exclamó, brincando con alegría. Sin embargo, cuando se acercó, vio a un grupo de ardillas que fruncían el ceño.
"¿Qué te pasa, Floripondia?"- le preguntó una ardilla llamada Rabia, que era la más atrevida del grupo.
"¡Estoy en el paraíso de las flores! ¡Son tan lindas!"- respondió Floripondia emocionada.
"Pero no son nueces, y no ayudan a llenar nuestra despensa para el invierno"- comentó otra ardilla, llamada Gorda.
"No lo entienden, el mundo está lleno de cosas bellas, no solo de comida. ¡Las flores también son importantes!"- defendió Floripondia con entusiasmo.
Las otras ardillas se rieron y siguieron con sus asuntos. Floripondia decidió que no iba a dejar que su amor por las flores fuera un motivo de burla. Desde ese día, se propuso hacer algo diferente: ¡crear un jardín de flores en el centro del bosque!
Comenzó a recolectar semillas de flores y con mucho esfuerzo las plantó en un terreno que había encontrado un poco más alejado del campo de nueces. Día tras día, cuidaba con esmero su pequeño jardín. Regaba las plantas, las protegía de las plagas y les contaba historias de aventuras.
Una mañana, mientras florecían las primeras flores, se acerca el búho Silvestre, que observaba todo desde su rama.
"¿Qué haces aquí, Floripondia?"- le preguntó el búho con curiosidad.
"Estoy creando un jardín de flores, ¡mira qué lindo está!"- exclamó la ardilla.
"Tu esfuerzo es admirable. Pero hay que tener cuidado, este bosque es hogar de muchos animales, y no todos entienden tu pasión. Algunos pueden burlarse"- le advirtió Silvestre.
"Aún así, creo que es más importante compartir la belleza que cerrarme en mí misma"- contestó Floripondia sin rendirse.
Tras algunas semanas, el jardín floreció y se llenó de mariposas, abejas y otros animales que venían a admirar la belleza de las flores.
A medida que el jardín crecía, las otras ardillas comenzaron a acercarse. Al principio, solo tenían curiosidad. Pero con el tiempo, se dieron cuenta de que el jardín de Floripondia atraía a muchos animales, quienes compartían hermosas historias sobre el bosque.
"Oye, ¿podemos ayudarte a cuidar las flores?"- pregunto Rabia, un poco sonrojada.
"¡Claro que sí! Sería genial tener más manos"- respondió Floripondia con una gran sonrisa.
A partir de ese día, el jardín se convirtió en un lugar de encuentro. Las ardillas trabajaban juntas para cuidarlo, y poco a poco, se fueron enamorando de la naturaleza y su diversidad.
Cuando el invierno llegó, en lugar de solo recolectar nueces, todas las ardillas se reunían en el jardín para contar historias sobre las flores, las mariposas y los días soleados de primavera. Floripondia se sintió feliz de haber compartido su pasión, y las otras ardillas aprendieron a apreciar la belleza en lo que no solo es comestible, sino también inspirador.
Así, el bosque se llenó de risas, colores y un aire de amistad, demostrando que a veces, lo diferente se convierte en un lazo que une a todos. Floripondia había enseñado a su comunidad que la belleza de la vida se encuentra en pequeñas cosas: un jardín de flores, una buena historia y, sobre todo, en la amistad.
"¡El próximo año haremos un festival de flores!"- exclamó Floripondia emocionada, mientras se reía con sus amigas.
"¡Sí! Con música, danzas y muchas historias de flores!"- respondieron juntas, llenando el bosque con risas y esperanza por más días llenos de color y flores.
Y así, en el bosque, cada primavera recordaban la historia de Floripondia y su jardín mágico, un recordatorio de que siempre hay espacio para la belleza en cualquier corazón que esté dispuesto a compartir.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.