La Aventura Cósmica



Un día soleado en su jardín, Mateo y Emma decidieron que era el momento perfecto para embarcarse en una nueva aventura espacial. Con sus cajas de cartón, que imaginaban como naves espaciales, se pusieron los cascos de papel que habían decorado con estrellas y planetas.

"¡Preparados para despegar!" - gritó Mateo, saltando emocionado.

"Shhh, Mateo, hay que ser silenciosos como astronautas" - dijo Emma con una sonrisa, mientras hacía señales en el aire.

Con un conteo regresivo de cinco, ambos gritaron "¡Despegue!" y se lanzaron al espacio. En su mente, volaban por los rincones más lejanos del universo, rodeados de asteroides de colores y cometas brillantes.

Mientras navegaban entre las estrellas, encontraron un planeta muy peculiar. Era pequeño, de un color azul brillante y tenía muchas montañas de galletas y ríos de chocolate.

"¡Mirá, Emma! ¡Ese planeta parece delicioso!" - exclamó Mateo, con los ojos desorbitados.

"Podemos explorar un poco, pero cuidado con comer demasiado, no sabemos qué puede pasar" - sugirió Emma, siempre cautelosa.

Decidieron aterrizar y bajar de su nave. Corrieron hacia una montaña de galletas, y justo cuando estaban por probar una, un pequeño extraterrestre apareció. Tenía patas de gelatina y una gran sonrisa.

"¡Hola, seres de la Tierra! Yo soy Zappy. ¡Bienvenidos a Galletópolis!" - dijo el extraterrestre saltando emocionado.

"¡Hola, Zappy! Este lugar es increíble!" - gritó Mateo, sin poder contener su entusiasmo.

"Sí, ¡pero cuidado! Aquí las galletas tienen un poder especial. Si comes muchas, ¡puedes volar!" - advirtió Zappy con una risita.

"¿Volaremos?" - preguntó Emma, fascinada.

"Sólo si están preparados para la aventura. Volar no es tan fácil..." - respondió Zappy, mirándolos seriamente.

Mateo, emocionado, no pudo resistir la tentación.

"¡Voy a probar una de esas galletas!" - dijo, mientras caminaba hacia la montaña.

Emma, sintiendo que esta podría ser una locura, trató de desanimar a su hermano.

"Mateo, esperá. No sabemos si es seguro..." - dijo ella, sintiendo que la ansiedad empezaba a llenarla.

Pero Mateo ya había tomado un gran mordisco de la galleta. Para su sorpresa, al instante comenzó a levitar. Rió a carcajadas y empezó a volar por el aire.

"¡Soy un astronauta volador!" - gritó Mateo mientras daba vueltas en el aire.

Zappy también se unió, volando alrededor de Mateo. Emma, por otro lado, estaba en la base de la montaña, sintiendo que la situación se salía de control.

"¡Mateo, tené cuidado!" - le gritó.

Pero Mateo, atrapado en su emoción, no escuchó. Al poco tiempo, se dio cuenta de que volar era complicado y, aunque estaba divertido, también se sentía un poco asustado.

"¡Zappy, ayúdame a bajar! No sé cómo aterrizar!" - le pidió Mateo, con una mezcla de alegría y miedo.

"Mantén la calma y piensa en cómo bajar, Mateo. Si estuvieras en el suelo, ¿cómo lo harías?" - sugirió Zappy, con un tono tranquilizador.

Emma, al ver a su hermano en apuros, sintió que era momento de actuar.

"¡Mateo, respirá hondo! ¡Intenta pensar en cómo aterrizar suave!" - le dijo desde el suelo.

Mateo comenzó a concentrarse. Recordó cómo había visto a los pájaros en el parque aterrizar con sus alas extendidas, y lentamente, empezó a descender, aunque un poco torpemente. Finalmente, aterrizó en una suave cama de galletas.

"¡Lo logré!" - gritó Mateo, emocionado y un poco agitado.

Zappy voló hacia él.

"¡Buen trabajo, amigo! Pero debes recordar: siempre hay que ser precavido en las aventuras. A veces, ser el más entusiasta puede meterte en líos".

Mateo asintió, dándose cuenta de que Emma tenía razón. Sus ganas de explorar y descubrir nuevos mundos eran importantes, pero también lo era la precaución.

Emma se acercó a su hermano.

"¿Estás bien?" - le preguntó con preocupación.

"Sí, gracias. Aprendí que hay que escuchar tus instintos, y tus consejos, Emma." - dijo Mateo, sonriendo tímidamente.

Zappy, sintiendo la conexión entre los hermanos, decía:

"La curiosidad es maravillosa, pero un buen explorador siempre cuida a su compañero."

Finalmente, decidieron regresar a su nave. Antes de irse, Zappy les ofreció una galleta especial que no causaba vuelos pero sí les daba energía para nuevas aventuras.

"¡Gracias, Zappy! ¡Prometemos volver a visitarte!" - exclamaron juntos, mientras se despedían.

De vuelta en su jardín, Mateo y Emma miraron al cielo.

"¿Cuál será nuestra próxima aventura?" - preguntó Mateo.

"Quizás un viaje a Marte, o a un planeta de dinosaurios..." - sugirió Emma sonriendo, sintiéndose emocionada al anticipar lo que podría venir.

"¡Sí! Pero esta vez, seamos un equipo. ¡Juntos somos más fuertes!" - concluyó Mateo, feliz de tener a su hermana a su lado.

Y así, dos hermanos curiosos, unieron su energía y tranquilidad para llevar a cabo nuevas aventuras, siempre recordando lo que habían aprendido: la curiosidad es fantástica, pero siempre va de la mano con la precaución.

Desde ese día, Mateo y Emma no solo se convirtieron en exploradores del espacio, sino también en los mejores compañeros de aventuras que siempre se cuidaban mutuamente.

FIN.

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