La Aventura de Arena y el Jardín de los Sueños
Había una vez, en un pequeño pueblo al borde de un bosque encantado, una joven llamada Arena. Su belleza era tan deslumbrante que todos en el pueblo la conocían. Pero lo que verdaderamente la hacía especial era su corazón bondadoso, siempre dispuesto a ayudar a los demás.
Un día, mientras paseaba por el bosque, Arena escuchó un suave murmullo que provenía de detrás de unos arbustos. Curiosa, decidió investigar. Cuando se acercó, descubrió a un pequeño duende llorando desconsoladamente.
- ¿Por qué llorás, pequeño duende? - preguntó Arena. -
- He perdido mi varita mágica y sin ella no puedo cuidar el Jardín de los Sueños - sollozó el duende. -
Arena, conmovida por la situación, decidió ayudar.
- No te preocupes, te ayudaré a encontrar tu varita. - le prometió.
El duende, con los ojos brillantes de esperanza, comenzó a guiarla a través del bosque. Juntos, caminaron por senderos cubiertos de flores brillantes y árboles que cantaban al viento. Sin embargo, después de varias horas de búsqueda, no había rastro de la varita.
- Arena, quizás deberíamos regresar - sugirió el duende, con un hilo de desánimo en su voz. -
- No, no podemos darnos por vencidos. Debe estar cerca - respondió Arena con determinación. -
De repente, un fuerte viento sopló y Arena sintió algo extraño. Entre las hojas danzantes, vio una luz resplandeciente.
- ¡Mirá! - gritó Arena. - ¡Allí!
Ambos se acercaron y descubrieron un hermoso estanque que reflejaba el cielo. En el fondo del estanque, brillaba la varita mágica del duende, pero al intentar alcanzarla, Arena se dio cuenta de que no podía tocar el agua.
- Necesitamos una solución - dijo el duende, preocupado. -
Arena cerró los ojos y pensó. Recordó las historias de su abuela sobre el poder de la naturaleza.
- ¡Lo tengo! - exclamó. - Si cantamos una canción sobre el amor y la amistad, quizás el agua se mueva y podamos sacar la varita. -
El duende asintió. Juntos, comenzaron a cantar una melodía dulce y mágica. A medida que su canto resonaba en el aire, el agua empezó a brillar y a moverse. Con un suave remolino, la varita emergió del estanque, flotando hacia ellos.
- ¡Lo logramos! - gritó el duende con alegría. -
Arena tomó la varita con delicadeza y se la entregó al duende.
- ¿Vas a poder cuidar el Jardín de los Sueños ahora? - le preguntó, sonriendo. -
- Claro que sí, gracias a vos, Arena. Pero, además, quiero ofrecerte algo. - dijo el duende, con un brillo en los ojos. -
El duende agitó su varita y, de repente, surgieron flores de colores y mariposas que danzaban a su alrededor.
- Te regalo un puñado de sueños. Cada vez que necesites algo o quieras algo bueno para otros, solo debes lanzar uno al aire. - declaró el duende. -
Arena se llenó de gratitud. - No sé cómo agradecerte, pequeño amigo. - A lo que el duende contestó, - Solo sigue siendo la maravillosa persona que sos. -
Y así, Arena regresó a su pueblo con un corazón pleno y un puñado de sueños. Aprendió que a veces, ayudar a los demás te lleva a descubrir la magia que está dentro de uno mismo y que la verdadera belleza viene de ser amable y generoso.
Desde ese día, Arena usó sus sueños para iluminar las vidas de los que la rodeaban. Y, aunque el duende volvió a su jardín, siempre llevaba en su corazón la amistad de Arena.
Y colorín colorado, este cuento ha terminado.
FIN.