La aventura de Daniela y Robert
Era una hermosa mañana en el parque de Buenos Aires. Los árboles se mecían suavemente con el viento y los rayos del sol iluminaban todo a su alrededor. Daniela, una niña de ojos brillantes y una sonrisa contagiosa, paseaba por el parque como lo hacía todos los días. Su amor por los animales la llevaba a observar con atención a las aves, los perros y hasta a las ardillas que corrían por el césped.
Un día, mientras recogía flores, escuchó un pequeño chirrido que la hizo detenerse. Mirando con curiosidad, vio en el suelo a un periquito con una alita lastimada.
"¡Ay, pobrecito!" - exclamó Daniela mientras se acercaba lentamente, tratando de no asustarlo.
Con mucho cuidado, lo recogió en sus manos. El periquito se quedó quieto y la miró con confianza. Daniela sintió en su corazón que tenía que ayudarlo.
"Te llamaré Robert", - dijo, sonriendo al nuevo amigo que había encontrado.
En casa, Daniela preparó un pequeño refugio con una caja, le puso un poco de comida y agua, y llenó el ambiente de cuidados y amor. Cada tarde, tras volver de la escuela, se aseguraba de que Robert estuviera bien. Le hablaba, lo acariciaba y le contaba historias sobre su vida y sus sueños.
Pasaron varios días, y poco a poco, Robert comenzó a sentirse mejor.
"Mirá, Robert, ¡hoy descubrí que te gusta la música!" - dijo Daniela un día mientras tocaba su pequeño xilófono. El periquito se movía y cantaba, como si disfrutara de la melodía.
Un miércoles, mientras jugaban, Daniela notó que Robert comenzaba a intentar volar. Ella se emocionó.
"¡Robert, estás mejorando! ¡Ya casi estás listo para volar de nuevo!" - expresó, con lágrimas de felicidad.
Pero esa noche, mientras contemplaba a Robert, pensó en lo que sucedería cuando él estuviera por completo recuperado.
"Pobre periquito, ¿será que debo dejarte libre?" - murmuró para sí misma. En su corazón, sabía que aunque amaba tenerlo, Robert pertenecía al cielo y al aire.
Finalmente, llegó el día en que el periquito estaba completamente curado.
"Robert, hoy es el día. Es hora de que vuelvas a ser libre", - le dijo con tristeza pero también con una alegría profunda.
Salió al parque, donde había encontrado a Robert, y lo sostuvo en sus manos.
"Gracias por ser mi amigo, Robert. Te echaré mucho de menos, pero sé que serás feliz volando libre" - y lo soltó.
El periquito, después de un momento de duda, voló alto, girando en círculos. Daniela, al ver aquello, sonrió mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.
"¡Adiós, Robert!" - gritó mientras él se perdía entre las nubes.
Desde aquel día, cada vez que Daniela iba al parque, siempre miraba al cielo, esperando ver a su amigo periquito.
Con el tiempo, se dio cuenta de que el amor y el cuidado que le había dado a Robert no se había perdido; ahora volaba libre y feliz, y eso la llenaba de orgullo.
Los días pasaron, y con cada visita al parque, Daniela comenzaba a entender la importancia de dejar ir a los seres que amamos, manteniéndolos en nuestro corazón.
"Te quiero, Robert. Siempre serás mi amigo", - decía, mirando hacia el cielo.
Y así, la niña con un inmenso amor por los animales aprendió que la verdadera bondad y amor a menudo implican soltar y permitir que aquellos que amamos sean felices por su cuenta.
Aventura tras aventura, Daniela continuó ayudando a otros animales. Nunca olvidó a Robert, y en cada pajarito que veía en el parque, sentía que era un pedacito de su amigo volando libre en el aire.
FIN.