La Aventura de Flor
En el Parque Regional de las Salinas y Arenales de San Pedro del Pinatar, vivía una flamenca llamada Flor. Con su plumaje rosa brillante y sus largas patas, era la más curiosa de todos los flamencos. Cada mañana, Flor se despertaba al canto de los pájaros y volaba por el mágico paisaje lleno de aguas salinas y vida.
Un día, mientras exploraba un nuevo rincón del parque, notó algo extraño. "¿Qué será esto?"- se preguntó al ver un montón de plásticos flotando en el agua. La curiosidad le ganó y se acercó. Al dar unos pasos más, un plástico enredado en una planta la hizo tambalear.
"¡Ay! ¿Quién hizo esto?"- exclamó, mirando a su alrededor. Flor se dio cuenta de que otros flamencos también habían notado la contaminación. "¿Qué hacemos, chicos?"- preguntó su amigo Pablo, un flamenco muy sabio.
Flor pensó un momento y dijo: "¡Debemos limpiar nuestro hogar!"- Con esas palabras, Flor y sus amigos decidieron organizar una gran limpieza del parque. Al principio, muchos flamencos estaban preocupados. "No podemos hacer mucho contra toda esta contaminación"-, decía Lila, una flamenca que siempre buscaba justificaciones. Pero Flor no se rindió. "Si todos ponemos un poco de esfuerzo, juntos podemos hacer la diferencia"-.
Esa tarde, Flor reunió a sus amigos en un gran círculo. "Vamos a volar alto y buscar ayuda. Necesitamos contarle a los seres humanos lo que está pasando aquí"-.
"¿Y si no escuchan?"- preguntó Pablo.
"Siempre escuchan a los que tienen voz. Si hacemos una gran reunión, quizás nos escuchen"- respondió Flor con determinación.
Todos se dispusieron a volar hasta la costa, donde la gente paseaba. Con sus plumas al viento y sus cuerpos alineados, formaron una enorme figura de flamenco en el aire. Las personas miraban asombradas.
"¿Qué están haciendo esos flamencos?"- se preguntaba un niño que jugaba con su familia.
Cuando aterrizaron, Flor aprovechó para hablar. "¡Hola, amigos!"-, dijo con su voz dulce. "Somos flamencos y cuidamos nuestro hogar en el Parque Regional de las Salinas. Pero hay plástico en nuestras aguas, y eso no es bueno para nosotros ni para los seres que aquí viven"-.
La gente, sorprendida por la acción de los flamencos, comenzó a escuchar. Un grupo de niños se acercó.
"¿Podemos ayudar?"- preguntó una niña llamada Sofía.
"¡Claro!"- dijo Flor emocionada. "Si nos ayudan a limpiar, juntos haremos de nuestro hogar un mejor lugar"-.
Motivados por el discurso de Flor, los humanos comenzaron a recoger basura. Los flamencos mostraban cómo hacerlo, y pronto el parque empezó a verse más limpio y hermoso. Flor y sus amigos estaban felices.
Sin embargo, un giro inesperado sucedió cuando Flor vio que la gente, tras recoger la basura, se estaba yendo.
"¡Espera!"- gritó. "¡Necesito su ayuda de nuevo!"-
"¿Ahora qué?"- preguntó Pablo.
"No solo debemos limpiar, también debemos enseñar a todos a no tirar basura en nuestro hogar"-.
Así, Flor organizó una charla donde los flamencos y los humanos se sentaron juntos. Los niños preguntaron, y los flamencos compartieron sus historias.
"Debemos cuidar nuestro planeta"-, decía una niña.
Flor sonrió. "Y no sólo nuestro hogar, sino todos los lugares donde vivimos"-.
Diariamente, varios humanos volvieron al parque, llevando a sus amigos y familiares, y compartían cómo cuidar el medio ambiente. Flor y su grupo seguían cuidando sus aguas y enseñando a los nuevos visitantes sobre la importancia de mantener limpio su hogar.
Con esfuerzo y cooperación, el parque se volvió un lugar próspero nuevamente. Flor miraba a su alrededor, sintiendo que cada pequeño cambio importaba.
Y así, la historia de Flor se convirtió en una leyenda del Parque Regional de las Salinas, donde nadie volvió a tirar plásticos en el agua. Juntos, flamencos y humanos aprendieron que cuidar del planeta es un trabajo en equipo, y siempre que se alzaran al cielo, recordarían la importancia de hacer de su hogar un lugar mejor.
Desde ese día, Flor se convirtió en una heroína del parque, y cada nuevo visitante la conocía no solo por su belleza sino también por su valiente espíritu para cuidar su hogar. Y así, seguía enseñando, volando alto y recordando a todos que, aunque los problemas fueran grandes, la unión podía lograr un cambio verdadero.
"¡A volar y a cuidar!"-, gritaban los flamencos, sabiendo que siempre hay esperanza.
Y así, cada mañana, Flor se despertaba con el canto de los pájaros, lista para seguir su misión: cuidar y proteger su hermoso hogar.
FIN.