La Aventura de Gacela y Cebra en la Selva
Había una vez en un frondoso bosque dos animalitos que eran muy buenos amigos. Una de ellas era Cebra, con sus hermidas rayas blancas y negras, y la otra era Gacela, ágil y veloz como un rayo. Juntas jugaban, exploraban y se ayudaban en todo lo que podían.
Un día, mientras paseaban por el bosque, Gacela se veía preocupada. Su madre estaba enferma y para curarla necesitaba una planta especial que solo crecía en lo profundo de la selva.
"Cebra, estoy muy preocupada por mi mamá. Necesito ir a buscar una planta que puede sanar a los enfermos, pero es en la parte más lejana de la selva. No sé si podré ir sola", dijo Gacela, con la voz temblorosa.
"No te preocupes, amiga. ¡Yo te voy a acompañar! ¡Juntas podemos lograrlo!", exclamó Cebra, animándola.
Las dos amigas decidieron que al día siguiente emprenderían su viaje. Desde muy temprano, se prepararon para la aventura. Gacela reunió un poco de comida y agua, mientras que Cebra llevó un mapa que su papá le había dado.
"Vamos a seguir este camino", dijo Cebra señalando el mapa. "Deberíamos llegar al claro donde vive el Viejo Búho. Él conoce la selva como la palma de su pata".
Después de una larga caminata, llegaron al claro. Allí estaba el Viejo Búho, con sus grandes ojos amarillos.
"¡Hola, amigas! ¿Qué las trae por aquí?", preguntó el Búho con su voz profunda.
"Necesitamos tu ayuda, Viejo Búho. Mi mamá está enferma y buscamos una planta especial que cura", explicó Gacela.
El búho asintió, pensativo.
"He oído que esa planta crece al lado del río de las piedras cantantes. Pero cuidado, el camino es peligroso y hay que cruzar dos puentes: uno de hojas y otro de troncos".
Gacela y Cebra agradecieron al Búho y continuaron su camino. Al llegar al primer puente, que estaba hecho de hojas, comenzaron a cruzar con cuidado.
"¡Mirá, Cebra!", gritó Gacela. "¡Las hojas se están moviendo!"
"¡Rápido, hay que seguir!", respondió Cebra con determinación. Lograron cruzar y continuaron su búsqueda.
Al llegar al segundo puente, que era un poco más complicado, empezaron a balancearse sobre los troncos.
"No puedo más, me da un poco de miedo", confesó Gacela.
"No te preocupes, amiga. Tómame de la pata y no mires abajo. ¡Solo sigue adelante!", dijo Cebra, con una sonrisa de aliento.
Gacela, sintiéndose valiente, tomó la pata de Cebra y juntas cruzaron el puente. Finalmente, llegaron al río de las piedras cantantes, y allí, brillando bajo el sol, estaba la planta que buscaban.
"¡Ahí está!", exclamó Gacela llena de alegría. "Vamos a recogerla juntos."
Sin embargo, en ese momento, un grupo de ardillas traviesas apareció, jugando alrededor de la planta.
"¡Es nuestra! ¡No se la llevarán!", gritó una de las ardillas, desafiándolas.
Gacela y Cebra miraron una a la otra, pensando en cómo podrían negociar.
"¡Es una planta muy especial! Si me la dan, prometo que les contaré cuentos divertidos cada tarde", propuso Gacela.
Las ardillas, intrigadas, se miraron unas a otras.
"¿Cuentos, eh?", dijo una ardilla más pequeña. "¡Nos encanta escuchar cuentos!"
Finalmente, decidieron dejar que Gacela y Cebra se llevaran la planta, a cambio de contarles un cuento al final de cada día. Las amigas regresaron rápidamente a casa, donde Gacela preparó la planta y la llevó a su mamá. En poco tiempo, su madre comenzó a sentirse mejor, y así, Gacela siguió cumpliendo su promesa con las ardillas.
Y así, Gacela y Cebra se dieron cuenta de que la amistad y la ayuda mutua eran esenciales en los momentos difíciles. Juntas, no solo encontraron la planta, sino que también se hicieron amigas de muchas otras criaturas en el bosque y la selva. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.