La Aventura de Gota Roja



Érase una vez en un pequeño charquito, una gota de agua roja que se llamaba Roje. Todos los días, Roje escuchaba a las otras gotas hablar entre ellas, riéndose y burlándose del color de su piel.

- ¡Mirá, ahí viene la roja! ¡Qué gracioso, parece un tomate! - se reían las gotas claras, mientras brillaban bajo el sol.

- ¡Qué raro, una gota roja! - decía una gota de agua verde.

A pesar de que Roje era diferente, ella no se dejaba afectar y siempre sonreía. Un día, decidió que ya era hora de mostrarles a todas las gotas que ser diferente podía ser algo especial.

- ¡Voy a hacer algo increíble! - pensó Roje mientras saltaba de alegría.

Roje se embarcó en una aventura mágica en busca de las flores más hermosas del valle, con la esperanza de que sus colores pudieran ayudar a demostrar su singularidad. Cruzó praderas, saltó entre hojas y, al llegar a un campo lleno de flores, quedó maravillada por la belleza que la rodeaba.

- ¡Wow! - exclamó Roje. - ¡Quiero ser parte de esto!

Mientras tanto, las gotas de agua cercanas comenzaron a notar la ausencia de Roje.

- ¿Dónde estará nuestra amiga? - se preguntaban.

- Tal vez fue a buscar su color de nuevo - emitió una gota azul, riendo.

Mientras las gotas seguían jugando, Roje llegó a una flor mágica llamada “La Flor de los Colores”, que solo florecía cuando alguien de buen corazón necesitaba ayuda.

- ¡Hola, gotita roja! - dijo la flor con voz suave. - He escuchado tu deseo, y aunque eres diferente, eso hace que seas única. Quiero ayudarte a encontrar tu lugar.

- ¡Oh, Flor de los Colores! - exclamó Roje. - ¡Quiero mostrarles a todas las gotas que ser diferente es especial!

- ¡Entonces, hagamos que tu color brille más aún! - dijo la flor, comenzando a danzar en el viento. A su alrededor comenzaron a emanar luces y colores vibrantes, que llenaron el aire.

Cuando Roje regresó al charquito, su color rojo resplandecía con una intensidad nueva, mezclándose con destellos de azul y verde.

- ¡Miren! ¡Soy yo, Roje! - gritó emocionada.

Las gotas, sorprendidas y maravilladas, dejaron de reírse y comenzaron a acercarse.

- ¿Cómo lograste ese brillo? - preguntó una gota violeta con curiosidad.

- Fui a buscar mi esencia, la flor me enseñó que ser diferente puede ser algo hermoso. Ahora, cada uno puede tener su propio color. ¿Por qué no intentamos mezclar nuestros colores? - propuso Roje con entusiasmo.

Las gotas se miraron entre ellas, y tras un momento de silencio, una comenzó a mezclarse con Roje, y luego otra, y otra.

Así, el charquito se llenó de colores brillantes, creando un arcoíris de agua que deslumbró a todas.

- ¡Esto es increíble! - exclamó la gota azul.

- ¡Nunca pensé que podemos ser tan bellas juntas! - añadió la gota verde.

Desde ese día, las gotas de agua no solo dejaron de reírse de la gota roja, sino que aprendieron a celebrar la diversidad.

- ¡Gracias, Roje! - le dijeron. - Nos enseñaste que todos podemos brillar a nuestra manera, y que ser diferentes es una maravillosa aventura.

Roje sonrió, sabiendo que cada gotita, con su propio color, podía formar parte de algo grandioso. Y así, el pequeño charquito se convirtió en el lugar más alegre del valle, donde cada día brillaban juntos bajo el sol, celebrando sus diferencias y uniendo sus colores.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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