La Aventura de Juan y sus Amigos



En un día soleado en el bosque, Juan, un niño curioso y aventurero, decidió salir a jugar. Mientras caminaba por el sendero, se encontró con Pato, un pato muy simpático que nadaba en un charco.

"Hola, Juan!" - dijo Pato, moviendo sus alas emocionado. "¿Querés venir a jugar conmigo en el agua?"

"Claro, Pato!" - respondió Juan con una sonrisa. Pero antes de que pudieran lanzarse a chapotear, llegaron a la escena Oso, que se estaba asoleando sobre un techo de madera. Él era conocido por ser un poco gruñón, pero a pesar de eso, Juan y Pato siempre intentaban hacer reír a Oso.

"Oso, ¿no querés unirte a nosotros en el agua?" - preguntó Juan.

"Mmm, no sé..." - respondió Oso, usando su voz profunda y ronca. "No me gusta mojarme. Después tengo que secar mi pelaje y es un lío."

"Pero, Oso, ¡el agua es divertida!" - insistió Pato. "Podés flotarte y además..." - Pato comenzó a reír. "¡Podés hacer olas e impresionar a todos!"

Oso pensó por un momento, pero su mirada seguía siendo seria.

"No, gracias. Creo que prefiero quedarme aquí.”

Juan y Pato continuaron en el charco, disfrutando de una maravillosa tarde. Sin embargo, poco después, se encontró con Conejo, saltando alegremente por el sendero.

"Hola, chicos! ¿Qué hacen?" - preguntó Conejo.

"Estamos jugando en el agua, ¿te gustaría unirte?" - ofreció Juan.

"Oh, no puedo... me estoy preparando para una carrera con los otros conejos. ¡Pero podría hacerles una carrera en la tierra!" - dijo Conejo, estirando sus patas atrás.

"Eso suena genial, pero, ¿y Oso?" - preguntó Pato.

"¿Quién se preocupa por Oso? Siempre es tan gruñón" - dijo Conejo.

Pero Juan, que tenía un buen corazón, no quería dejar a Oso solo. Le dio una idea a Conejo y Pato.

"¿Y si organizamos una carrera en el agua y en la tierra? Podríamos invitar a Oso y hacerlo parte de la diversión. ¡Él podría ser el juez!"

Los tres amigos estuvieron de acuerdo. Se acercaron a Oso nuevamente.

"Oso, queremos hacer una carrera. ¡Vos serías el juez! ¿Te gustaría?" - preguntó Juan, emocionado.

"Hmmm... ser juez no suena tan mal. Eso significa que no me mojaré, ¿verdad?" - replicó Oso, con un pequeño brillo en sus ojos.

"¡Exacto!" - contestó Conejo. "Podés gritar "¡Ya!" y todo eso. ¡Va a ser divertido!"

Oso aceptó, contento por ser parte de la actividad sin mojarse. Así que, esa tarde, los amigos corrieron y nadaron, y Oso, con un hermoso sombrero de juez que le había hecho Juan, gritaba animándolos mientras disfrutaba al ver a sus amigos divertirse.

"¡Vamos, Conejo! ¡Vamos, Pato!" - gritaba Oso, con una gran sonrisa en su rostro.

A medida que la carrera avanzaba, los amigos se dieron cuenta de que el verdadero premio no era ganar, sino estar juntos y disfrutar de cada momento.

Cuando la carrera terminó, Oso dijo: "Está bien, ¡esto fue mucho más divertido de lo que pensé! Quizá podría jugar la próxima vez también."

"¡Eso sería genial!" - exclamó Juan, sonriente. "Siempre serías bienvenido."

Desde aquel día, Oso dejó de ser tan gruñón y se unía a sus amigos en sus aventuras, recordando que no siempre importa el lugar, sino la compañía. Así, cada vez que salían a jugar, el bosque resonaba con las risas de un pato, un oso, un conejo y un niño, todos disfrutando de la belleza de la amistad.

FIN.

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