La Aventura de la Abuela y el Lobo Amistoso
Era una mañana soleada en el pueblito de Arbolitos Verdes. Yo, la abuela de Caperucita, me encontraba en mi casa preparando una deliciosa torta de manzana. ¡Era el regalo perfecto para cuando mi querida nieta viniera! De repente, escuché un suave golpe en la puerta. "¿Quién será?", pensé. Al abrirla, para mi sorpresa, era el Lobo. No el lobo feroz que todos temían, sino un lobo amable y un tanto tímido.
"Hola, señora Abuela", dijo el Lobo mientras movía la cola con nerviosismo. "No quiero asustarla, pero estoy aquí porque me dicen que siempre tiene cosas ricas para comer".
"Hola, querido Lobo. No eres un extraño, así que puedes entrar", le respondí, sonriendo. El Lobo dio un paso adentro y su nariz se llenó del dulce aroma de la torta. Me encantaba hablar con él, así que le pregunté: "¿Por qué no viniste a mis casa antes?" "Porque todos en el bosque me ven como un monstruo y no tengo amigos", contestó.
Entendí su tristeza y le propuse un plan. "¿Qué te parece si hacemos juntos una merienda para Caperucita? En vez de asustarla, podrías invitarla a compartir la torta y así tendrás una amiga".
El Lobo hizo una pausa y su rostro se iluminó. "¡Eso suena genial! Juntos podemos sorprenderla". Así que comenzamos a preparar la merienda, riendo y disfrutando del momento.
Mientras mezclábamos los ingredientes, el Lobo empezó a contarme sobre su vida en el bosque. "Siempre quise ser amigo de los demás animales, pero ninguno confía en mí por mi apariencia," dijo, triste. Yo intenté animarlo. "Tu apariencia no define quién sos. La bondad está en tu corazón".
Cuando la torta estuvo lista, decidimos que sería mejor llevarla al camino que conduce a la casa de Caperucita. Por el camino, encontramos a algunos animales del bosque. "Hola, Lobo, ¿qué haces aquí?" preguntó un ciervo con desconfianza.
"No te asustes, hemos venido a llevarle una merienda a Caperucita juntos. ¡Los invito a unirse!". Al escuchar esto, los demás animales, muy curiosos, comenzaron a acercarse.
El Lobo, siempre un poco nervioso, respiró hondo y se presentó. "Soy el Lobo. Sé que mucha gente me tiene miedo, pero solo quiero ser amigo y compartir con ustedes".
Para mi sorpresa, muchos aceptaron la invitación y se unieron a nosotros. Así, llegamos a la casa de Caperucita con un grupo de nuevos amigos. Cuando tocamos la puerta, Caperucita abrió con una gran sonrisa y, al ver la torta decorada con flores silvestres, sus ojos brillaron de emoción.
"¡Qué maravilla!" exclamó. "¿Quién hizo esto?". Yo la miré. "El Lobo y yo trabajamos juntos en esta merienda. ¡Espero que la disfrutes!". Caperucita miró al Lobo y dijo: "Gracias, Lobo. ¿Puedo unirme a tu club de amigos?". El Lobo se quedó boquiabierto. "¿Querrías ser mi amiga?".
"Por supuesto, aunque a veces seas un lobo raro". Todos nos reímos. La torta fue devorada, y el paisaje se llenó de risas y alegría.
Esa tarde, el Lobo aprendió que las apariencias no definen lo que somos. Desde aquel día, se convirtió en el más querido del bosque, y juntos organizamos meriendas, siempre recordando que lo más importante es la amistad y el entendimiento.
Y así, cada vez que Caperucita se adentraba en el bosque, hacía una parada en casa de su abuela, quien siempre estaría ahí, lista para compartir una nueva aventura con su amistoso compañero, el Lobo.
FIN.