La Aventura de la Amabilidad



Había una vez una clase de Infantil muy especial, llena de niños y niñas con personalidades únicas. Sin embargo, en esa clase también había algunos niños que eran un poco gritones y poco amables.

Sus nombres eran Tomás, Sofía y Juan. La maestra de la clase, la señorita Ana, era muy paciente y amorosa. Siempre buscaba formas creativas para enseñarles a sus alumnos valores importantes como el respeto, la amabilidad y la empatía.

Un día, la señorita Ana decidió hacer algo diferente. Les contó a todos los niños sobre un mágico viaje que iban a hacer al país de las Buenas Maneras. Los ojos de los pequeños se iluminaron de emoción.

"¡Vamos a aprender cómo ser buenos amigos y tratar a los demás con amabilidad!", les dijo emocionada. Al día siguiente, todos los niños llegaron con mucha alegría al colegio.

La sala estaba decorada con globos coloridos e imágenes del país de las Buenas Maneras. Había carteles por todas partes recordándoles lo importante que era ser amables unos con otros.

La señorita Ana les explicó que en ese viaje mágico iban a encontrar diferentes desafíos que debían superar para convertirse en verdaderos ciudadanos del país de las Buenas Maneras. El primer desafío consistió en ayudarse mutuamente sin esperar nada a cambio. Todos los niños se dividieron en parejas y tenían que realizar tareas juntos.

Martín ayudó a María a reagarrar sus juguetes después del recreo, mientras que Valentina le prestó su lápiz favorito a Lucas cuando se quedó sin uno. Poco a poco, los niños comenzaron a darse cuenta de lo maravilloso que se sentía ayudar a los demás.

El segundo desafío fue aprender a hablar con amabilidad. La señorita Ana les pidió que practicaran decir "por favor" y —"gracias"  en todo momento.

Los niños se sorprendieron al ver cómo su actitud cambiaba cuando usaban esas palabras mágicas. Tomás, Sofía y Juan también participaron en los desafíos, pero parecían un poco más reacios. No entendían por qué debían ser amables si podían conseguir lo que querían gritando o siendo groseros.

Pero la señorita Ana no se rindió. Sabía que había algo especial dentro de esos niños y estaba decidida a encontrarlo. El último desafío consistió en hacer un gesto amable hacia alguien todos los días.

Los niños tenían que escribir en una hoja una acción bondadosa que habían hecho por otro compañero. Los días pasaron y la clase se transformó por completo.

Tomás empezó a ayudar a reagarrar las sillas después del recreo, Sofía compartió sus crayones con sus amigos y Juan comenzó a dar abrazos cuando alguien estaba triste. Finalmente llegó el día del gran viaje al país de las Buenas Maneras. La señorita Ana llevó a todos los niños al parque para celebrar su éxito como ciudadanos ejemplares.

Mientras jugaban felices bajo el sol, Tomás le dio un abrazo espontáneo a Sofía y le dijo: "-Sofía, gracias por enseñarme cómo ser amable". Sofía sonrió y respondió: "-¡Gracias a ti, Tomás! Ahora sé que ser amable es lo mejor".

Juan se acercó a ellos y dijo: "-Señorita Ana, ahora entiendo por qué es importante tratar bien a los demás. ¡Me siento feliz y quiero seguir siendo amable siempre!".

La señorita Ana los miró con orgullo y les dijo: "-Chicos, han aprendido una lección muy valiosa. La bondad y la amabilidad siempre ganan".

Y así, en ese mágico día en el parque, los niños de esa clase descubrieron que ser amables no solo hacía felices a los demás, sino también a ellos mismos. Aprendieron que la amabilidad era una fuerza poderosa capaz de transformar cualquier situación. Desde ese día, Tomás, Sofía y Juan se convirtieron en los más grandes defensores de las Buenas Maneras.

Y juntos, junto al resto de sus compañeros de clase, hicieron del mundo un lugar mucho más amable y lleno de sonrisas. Fin.

FIN.

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