La Aventura de la Casa Abandonada
Era una noche oscura y tormentosa, el viento aullaba y los rayos iluminaban el cielo de manera espectacular. En un pequeño barrio de Buenos Aires, cuatro amigos: Thiago, Joel, Valen y Bauti, decidieron dar un paseo. Habían escuchado rumores de que en una casa abandonada al final de la calle, un misterioso monstruo llamado Terro Moustro habitaba.
"¡Vamos!" Dijo Thiago con voz llena de emoción.
"¿Estás seguro, Thiago?" preguntó Valen con un tono de preocupación.
"No es más que una leyenda. Deberíamos investigar," replicó Joel con entusiasmo.
"Está bien, pero solo por media hora," añadió Bauti, aunque su voz temblaba un poco.
Y así, los cuatro amigos se encaminaron hacia la casa. El viento soplaba fuerte y las ramas de los árboles parecían susurrar secretos. Cuando llegaron, la casa se veía aún más escalofriante. Las ventanas estaban como ojos vacíos y la puerta, cubierta de telarañas, crujió al abrirse.
"Se siente raro aquí adentro," dijo Bauti, sintiendo un escalofrío en su espalda.
"Es solo el viento," respondió Thiago, aunque él mismo sentía un poco de inquietud.
Mientras exploraban, de repente un trueno retumbó y un rayo iluminó la habitación, revelando un pasillo lleno de fotos antiguas. Una de ellas cayó al suelo.
"Miren esto," exclamó Joel al agacharse para recogerla.
"¿Qué dice?" preguntó Valen.
"¡Es un monstruo!" respondió Joel, asustado.
"¡Eso es solo un dibujo!" contestó Thiago intentando ser valiente.
De repente, un ruido proveniente del piso de arriba hizo que todos se miraran, paralizados. Thiago, decidido a no dejar que el miedo dominara, dio un paso al frente.
"Vamos a ver qué es. ¡Juntos!"
Los amigos subieron las escaleras, y cada paso resonaba como un tambor. Arriba, encontraron una puerta entreabierta. Al empujarla, el viento hizo que se abriera de golpe.
"¡Espera!" gritó Bauti. Pero ya era tarde.
Adentrándose, vieron a una criatura extraña y peluda, con enormes ojos brillantes y orejas largas.
"¿Eres Terro Moustro?" preguntó Thiago, tratando de mantener la calma.
"No soy un monstruo malo. Solo tengo miedo como ustedes," contestó la criatura con voz temblorosa.
Los chicos no lo podían creer.
"¿Miedo? ¿De qué?" preguntó Valen, curioso.
"De estar solo en esta casa desde hace tanto tiempo. Todos me evitan porque me ven como un monstruo," dijo Terro Moustro.
"Pero tú no eres un monstruo. Eres un amigo," dijo Joel, acercándose.
Terro Moustro sonrió, aunque su sonrisa era un poco tímida.
"¿De verdad creen que puedo ser su amigo?"
"Por supuesto," respondió Bauti. "Todos merecemos amigos, sin importar cómo nos vean los demás."
Los chicos comenzaron a hablar con Terro Moustro. Le contaron sus historias, y él les contó cómo había llegado a vivir en la casa. Con el tiempo, el miedo que sentían se fue disipando.
"Nosotros podemos hacer algo por ti," dijo Thiago. "Podemos presentarte a los demás chicos del barrio. Ellos deben conocerte para ver que eres un buen tipo."
"¿Lo harían?" preguntó Terro Moustro con ojos esperanzados.
"¡Sí!" gritaron todos a la vez.
Justo en ese momento, la tormenta comenzó a calmarse. La lluvia era más ligera y el cielo se aclaraba.
"¿Ves? Al igual que la tormenta, la gente puede cambiar su forma de ver las cosas. ¿Por qué no empiezas a mostrarte a los que viven cerca?" dijo Valen.
"Tal vez, podemos hacer una pequeña fiesta para presentarte,” sugirió Bauti con ideas brillando en su cabeza.
Y así lo hicieron. Con mucho esfuerzo, los chicos organizaron una reunión en la casa de Terro Moustro, invitando a todos sus vecinos. Al principio, algunos estaban asustados, pero rápidamente se dieron cuenta de que Terro Moustro solo quería ser su amigo.
En poco tiempo, Terro Moustro se convirtió en parte de la comunidad.
"Nunca pensé que podría tener amigos," dijo Terro con lágrimas de felicidad.
"Gracias por mostrarme que no importa cómo te vean, sino quién eres en verdad," respondió Thiago.
La tormenta había pasado y en las noches siguientes, las risas llenaban la casa. Terro Moustro encontró su lugar entre ellos, y todos aprendieron una valiosa lección sobre la amistad y la aceptación.
Desde entonces, las casas de los amigos nunca volvieron a ser las mismas. **Fin**
FIN.