La Aventura de la Casa Abandonada



Era un 27 de noviembre, un día lluvioso y gris en el pequeño pueblo de Villa Esperanza. Los chicos estaban en la escuela hablando sobre historias de terror. En especial, se comentaba sobre una casa abandonada al final de la calle, la cual se decía que estaba embrujada.

Pablo, un chiquillo curioso y valiente, decidió que era tiempo de aventurarse y descubrir la verdad sobre aquella casa.

"Chicos, ¿quién se anima a venir conmigo a desentrañar el misterio de la casa abandonada?" - preguntó Pablo, con un brillo travieso en los ojos.

Los demás amigos, Marta, Juan y Sofía, se miraron entre sí con cierta inquietud. Era un día de lluvia, y la idea de entrar a una casa tenebrosa no parecía atractiva. Pero la valentía de Pablo los inspiró.

"¡Yo voy!" - gritó Marta, siempre lista para compartir una aventura.

"Yo también, no quiero quedarme fuera de esto!" - agregó Juan.

"Está bien, pero si encuentro un zombi me escondo detrás de ustedes!" - rió Sofía, tratando de aliviar la tensión.

Después del almuerzo, se prepararon. Equipados con linternas, agua y muchas ganas de aventura, salieron a la lluvia. Al llegar a la casa, notaron que estaba aún más aterradora de lo que se esperaba. Las ventanas estaban rotas y una densa niebla cubría el lugar.

"¿Están seguros de que quieren hacer esto?" - preguntó Juan, un poco dudoso.

"Sí! ¡Vamos!" - afirmó Pablo.

Con un leve empujón, la puerta de la casa se abrió con un chirrido escalofriante. Al entrar, los chicos se encontraron con un enorme vestíbulo cubierto de polvo. De repente, un ruido resonó desde el piso de arriba.

"¡Ay, no! ¡Escucharon eso!" - exclamó Sofía, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.

"No pasa nada, puede ser solo el viento..." - intentó tranquilizarlos Marta.

El grupo decidió subir las escaleras, uno tras otro. Mientras ascendían, un misterioso viento soplaba y hacía que las puertas se movieran. Al llegar al segundo piso, encontraron una puerta entreabierta.

"¿Entramos?" - dijo Juan, con un tono temeroso.

"Claro, ¡hay que ver de qué se trata!" - respondió Pablo.

Al abrir la puerta, encontraron una habitación llena de juguetes viejos y un gran sofá cubierto de polvo. De repente, una risa profunda resonó en la habitación.

"¿Quién está ahí?" - gritó Marta, dando un paso atrás.

"No se asusten, soy el antiguo propietario de la casa. Mis juguetes están muy tristes porque llevan años sin jugar con ellos." - dijo una figura oscura que se dibujaba entre las sombras.

Los chicos se miraron confundidos.

"¿Tú no eres un zombi?" - preguntó Sofía, aún acurrucándose en un rincón.

"No, sólo soy un viejo amigo de la casa. Necesito su ayuda para darle vida a estos juguetes de nuevo" - contestó la figura, revelándose como un anciano cariñoso con una gran barba blanca y ojos amables.

"Pero, ¿cómo podemos ayudar?" - preguntó Pablo, intrigado.

El anciano les explicó que necesitaba un poco de alegría para que la casa dejara de estar triste. Les pidió que jugaran con los juguetes, contaran historias e hicieran reír a todos.

Rápidamente, los chicos se pusieron a jugar. Se contaron historias de aventuras, hicieron títeres con los juguetes y el ambiente comenzó a llenarse de risas y alegría. Lo que parecía ser una experiencia aterradora se convirtió en una tarde divertida y mágica.

Al finalizar el día, el anciano sonrió y les dijo:

"Gracias, queridos niños. Ahora la casa está llena de energía y podrá ser un lugar feliz de nuevo. ¡Y no olviden que siempre serán bienvenidos aquí!"

Los chicos salieron de la casa, riéndose y hablando sobre lo que había sucedido.

"Nunca pensé que la casa abandonada podía ser tan divertida!" - comentó Juan, aún emocionado.

"Sí, siempre hay que dar una oportunidad a lo desconocido. Nunca sabemos lo que podemos encontrar!" - agregó Marta.

Y así, el grupo de amigos regresó a Villa Esperanza, con un nuevo valor y una gran historia para contar. Aprendieron que no todas las situaciones que parecen aterradoras son malas y que, a veces, el miedo se transforma en algo increíble con un poco de coraje y alegría. La casa, ahora feliz, esperaba ansiosa su próxima visita.

FIN.

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