La Aventura de la Casa Feliz
Había una vez una familia que vivía en una casa feliz. Todos tenían algo que hacer. Papá cocinaba una sopa rica en la cocina. Mamá regaba las plantas en el jardín. La abuela leía cuentos en el sillón. El abuelo barría el patio. El hermano, un niño llamado Tomás, guardaba sus juguetes. Y la hermana, que se llamaba Sofía, estaba en su habitación preparando una sorpresa para todos.
- ¿Qué estás haciendo, Sofía? - preguntó Tomás mientras entraba a su cuarto.
- ¡Shhh! - hizo Sofía, emocionada - Es una sorpresa. Solo puedo decirte que tiene que ver con un tesoro.
- ¿Un tesoro? - los ojos de Tomás brillaron de curiosidad.
Sofía sonrió, y con su ayuda, empezaron a pensar en cómo encontrar ese tesoro. Ambos se acordaron de un viejo mapa que había sido guardado en el ático por su abuelo. La curiosidad fue más fuerte que cualquier tarea del hogar.
- Vamos a buscarlo - propuso Tomás.
- ¡Sí! Pero debemos ser muy sigilosos, o se enterarán y no será sorpresa - contestó Sofía mientras salía de su habitación.
Sofía y Tomás subieron al ático, un lugar lleno de recuerdos. Entre cajas y juguetes viejos, encontraron el mapa, que estaba lleno de dibujos de pájaros, árboles y una gran X que indicaba un lugar especial en el jardín.
- ¡Mirá! - exclamó Tomás, señalando el mapa - ¡Es el lugar donde mamá riega las plantas!
- Entonces, ahí es donde comienza nuestra aventura - dijo Sofía.
Bajaron corriendo las escaleras y salieron al jardín. Con el mapa en mano, comenzaron a buscar la señal del tesoro. Mientras tanto, mamás y papás se dieron cuenta de que los niños estaban un poco distraídos.
- ¿Qué hacen, chicos? - preguntó mamá, levantando una ceja.
- Estamos buscando un tesoro - respondieron Sofía y Tomás casi al unísono.
Papá sonrió y decidió ayudar. - También quiero participar. ¡Mostrémosle a la abuela y al abuelo! - exclamó.
Así, toda la familia salió al jardín. La abuela dejó su cuento para ayudar, y el abuelo tomó su escoba y se unió a la búsqueda. Con risas y emociones, comenzaron a desenterrar algunas plantitas y piedras, cada vez más indecisos, pero aún emocionados.
De repente, Sofía gritó: - ¡Ahí! ¡La X está marcada en este lugar! - y todos empezaron a cavar un poco de tierra con sus manos.
Después de unos minutos, un brillo llamó la atención de Tomás: - ¡Esperen! ¡He encontrado algo! - sacó una pequeña caja decorada llena de polvo.
- ¡Ábela! - gritaron todos en coro.
Tomás la abrió y en su interior encontraron un set de cartas de juego.
- ¡Pero esto no es un verdadero tesoro! - se quejó Sofía, un poco decepcionada.
La abuela, con una sonrisa, dijo: - A veces, el verdadero tesoro no es lo que encontramos, sino las aventuras y el tiempo que pasamos juntos.
Todos comenzaron a reír. Luego, papá sugirió: - ¿Por qué no hacemos nuestras propias cartas de juego? Podemos crear aventuras y retos para jugar en familia.
La idea entusiasmó a todos. Esa noche, la familia sentada alrededor de la mesa, se puso a crear cartas llenas de criaturas fantásticas, misiones valientes y aventuras emocionantes. La sopa rica de papá fue un complemento perfecto para una noche mágica.
Así, Sofía y Tomás aprendieron que a veces lo que importa no es sólo el tesoro, sino lo que se comparte con quienes amamos, lo que se crea juntos, y sobre todo, lo divertido que es trabajar en equipo.
Finalmente, en su casa feliz, todos se sintieron agradecidos por tenerse los unos a los otros, y descubrieron que cada día podía ser una nueva aventura si lo vivían juntos.
FIN.