La Aventura de la Doctora Narca



Era un día soleado en la ciudad de Villacostina. Las aves cantaban y los niños jugaban en el parque, pero había un pequeño problema: ¡los animales del zoológico estaban enfermos! Nadie sabía qué estaba sucediendo, hasta que apareció la Doctora Narca, una joven veterinaria conocida por su gran corazón y su curiosidad insaciable.

"¡Hola, niños! Soy la Doctora Narca y estoy aquí para ayudar a los animalitos del zoológico", dijo con una sonrisa brillante mientras sacaba su maletín lleno de instrumental.

"¿Por qué están enfermos, Doctora?", preguntó Juanito, el más curioso del grupo.

"Parece que algo no está bien con su comida. Vamos a investigar juntos", respondió la doctora mientras guiaba a los niños hacia el zoológico.

Al llegar, encontraron a la leona, a los monos y a la jirafa muy tristes. Todos estaban con poca energía y no querían jugar.

"¡Qué pena ver a los animales así!", exclamó María.

La doctora se agachó y le acarició la pata a la leona:

"No te preocupes, los vamos a ayudar. Primero, debemos averiguar qué están comiendo. ¿Alguien sabe algo sobre su dieta?"

Los niños comenzaron a rebuscar en el área de comida del zoológico, y de repente, Tobi, el más pequeño, encontró un saco de comida que parecía haber estado expuesta al sol.

"¡Miren esto!", gritó señalando el saco.

"Buen trabajo, Tobi. Parece que esto está en mal estado, por eso los animales están enfermos", dijo la Doctora Narca.

"¿Qué hacemos ahora?", preguntó Juanito.

"Necesitamos buscar alternativas, algo fresco y saludable para ellos. ¿Quién se anima a ayudarme a recolectar frutas y verduras?"

Los niños gritaron entusiasmados al unísono:

"¡Yo! ¡Yo!"

Así que se pusieron en marcha, recogiendo lo mejor del mercado cercano. Encontraron plátanos, zanahorias, y hasta algunas jugosas sandías. Cuando regresaron al zoológico, la Doctora Narca organizó una gran festín para los animales.

"¡Aquí tienen!", dijo, mientras ofrecía a los animales la deliciosa comida.

La leona probó una sandía y su rostro se iluminó:

"¡Delicioso! Gracias, Doctora Narca. ¡Ya me siento mejor!"

Los niños se llenaron de alegría al ver a los animales recuperarse rápidamente. Sin embargo, el trabajo aún no había terminado. La Doctora Narca sabía que debían asegurarse de que esto no volviera a suceder.

"Vamos a construir un pequeño jardín donde puedan cultivar su propia comida", propuso.

"¡Sí! Y poner un letrero que diga 'Cuidado Animalito' para que la comida siempre esté fresca", sugirió María.

Los niños se pusieron a trabajar con entusiasmo, plantando semillas y cuidando de las plantas. Al cabo de unas semanas, el jardín se llenó de color y los animales, siempre felices, aprendieron a ayudar en su cuidado.

Un día, mientras todos estaban en el zoológico, apareció una señora con un aspecto muy preocupado.

"¡Ayuda, Doctora Narca! Mi perro está muy triste. No quiere jugar. ¿Qué puedo hacer?"

La doctora se acercó y le sonrió.

"Vamos a intentar algo. A veces, los animales se sienten solos. ¿Has pensado en pasear con él por el parque y jugar con otros perritos?"

La señora se iluminó:

"¡Tienes razón! ¡Eso haré!"

Y así fue como la Doctora Narca no solo ayudó a los animales del zoológico, sino que también enseñó a los adultos a cuidar mejor a sus mascotas.

Los niños aprendieron que ayudar a los demás, ya sean animales o personas, siempre es una buena idea.

"Gracias, Doctora Narca", dijeron todos al unísono.

"¡La próxima vez, nos llevaremos a los animales a jugar al parque!"

Y la Doctora Narca, contenta, pensó en todas las aventuras que aún la esperaban. No solo enseñó sobre la importancia de la buena alimentación, sino también sobre la amistad y el trabajo en equipo.

Desde aquel día, Villacostina tuvo un nuevo héroe: ¡La Doctora Narca! Y cada vez que alguien necesitaba ayuda, los niños recordaban su ejemplo y no dudaban en unirse a la causa.

Y así, con risas y enseñanzas, la historia de la Doctora Narca se convirtió en un relato que pasaría de generación en generación, como un faro de esperanza y amistad para todos en Villacostina.

FIN.

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