La Aventura de la Escuela Flotante



Érase una vez un pequeño pueblo llamado Aguaclara, que estaba rodeado por un hermoso lago. Las casas estaban construidas sobre palafitos, y todo el pueblo vivía en armonía con el agua. Sin embargo, había un gran problema: la única escuela del pueblo, el Colegio del Lago, estaba construida en la orilla y cada vez que llovía fuerte, las aguas subían y la escuela se inundaba.

Un día, mientras los niños esperaban ansiosos su regreso a clases, la maestra Carla se reunió con los padres en la plaza del pueblo.

"Queridos vecinos", empezó Carla, "si seguimos así, no vamos a poder tener clases después de la próxima lluvia. Necesitamos una solución".

Los padres comenzaron a murmurar, preocupados. Un niño llamado Lucas, con más ideas que miedo, levantó la mano.

"¿Y si construimos una escuela flotante? Así no nos afectaría el agua".

Todos lo miraron sorprendidos. La idea sonó loca, pero interesante. La abuela de Lucas, que escuchaba desde atrás, sonrió y dijo:

"Tu padre trabaja en la carpintería, Lucas. ¿Por qué no le piden ayuda?"

Con el apoyo de todos los padres, los niños empezaron a trabajar. Reunieron madera del bosque cercano y comenzaron a construir la escuela flotante. La tarea no era fácil.

Una mañana, mientras estaban en plena construcción, una nube oscura cubrió el cielo. De repente, la lluvia comenzó a caer con fuerza y los niños corrieron a refugiarse.

"¡No! ¡Debemos seguir trabajando!", gritó Lucas.

"Pero nos mojaremos", dijo Ana, su mejor amiga.

"¡Eso no importa! ¡Estamos haciendo algo grande!".

Decidieron seguir y pronto los colores de sus impermeables llenaron el aire gris. La lluvia no solo hizo que se mancharan de barro, sino que también les dio más energía. Y así, risa tras risa, la escuela flotante fue tomando forma.

Pasaron varios días y más lluvias, pero los niños no se rendían. Con cada gota que caía, su visión se hacía más real. Y mientras la escuela flotante iba ganando vida, el pueblo se llenaba de entusiasmo.

Finalmente, después de días de trabajo y diversión, la escuela flotante fue inaugurada.

"¡Hurra! ¡Nuestra escuela flotante!", gritaron los niños al unísono.

La primera clase se llevó a cabo en un hermoso día soleado. Los niños estaban tan felices de tener un lugar seguro para aprender. Se sentaron en sus escritorios hechos de madera, mirando el lago a través de las enormes ventanas que les daban la bienvenida al paisaje.

Lucía, la más pequeña de la clase, levantó la mano para hablar.

"Maestra Carla, ¿puede el agua entrar a la escuela?"

"No, querida, gracias a todos ustedes, la escuela está segura. Aquí aprenderemos y seremos muy felices".

Sin embargo, un día, cuando los niños estaban en clase, una tormenta se acercó rápidamente, oscuras nubes cubrieron el cielo. El viento sopló con fuerza y empezó a llover intensamente.

"¡Rápido, cierren las ventanas!", gritó Carla mientras intentaba mantener la calma.

Los niños, aunque asustados, siguieron las instrucciones. Sin embargo, algo extraño comenzó a ocurrir, la escuela flotante empezó a moverse de un lado a otro.

"¡Oh no! ¡El viento!", exclamó Lucas, recordando su miedo.

Pero Ana, que también estaba asustada, le respondió:

"No podemos dejar que el miedo nos detenga. Estamos preparados para esto, ¡nosotros construimos la escuela!".

Las palabras de Ana alentaron a todos. Ellos tomaron las manos unos de otros, se sentaron en el suelo y cantaron juntos una canción sobre la amistad y la valentía. Con risas y melodías, la tormenta se sintió menos aterradora.

Y al finalizar la tormenta, la Escuela Flotante no solo había resistido, sino que había unido más al pueblo. Todos aprendieron que con trabajo en equipo y coraje, podían superar cualquier desafío. Aquella aventura no solo les dio un lugar donde aprender, sino que también les enseñó el verdadero valor de la comunidad.

A partir de ese día, Aguaclara no fue solo un lugar a la orilla del lago; se convirtió en un pueblo lleno de sueños, risas y lecciones de vida que permanecerían para siempre en sus corazones.

FIN.

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