La Aventura de la Familia de Arcoíris
Había una vez en un pequeño barrio de Buenos Aires, un grupo de amigos muy distintos entre sí, pero que compartían un mismo sueño: hacer de su barrio un lugar mejor. Este grupo estaba formado por Lía, una niña con una risa contagiosa; Mateo, un apasionado de la música; y Sofía, una ágil corredora que nunca se detenía.
Un día, mientras jugaban en el parque, escucharon a don Juan, el anciano del barrio, hablar sobre el INSTITUTO COLOMBIAN DE BIENESTAR FAMILIAR.
"¿Qué es eso del Instituto?", preguntó Lía.
"Es un lugar en el que ayudan a las familias a estar mejor, donde se ofrecen talleres y actividades para aprender a resolver problemas y vivir en armonía", contestó don Juan, sonriendo.
A Lía, Mateo y Sofía les pareció fascinante la idea, así que decidieron que querían formar su propio grupo para ayudar a las familias de su barrio. Se sentaron a planear qué podían hacer.
"Podríamos organizar actividades divertidas para las familias, como juegos, música y deportes!", propuso Mateo.
"¡Genial! Pero también deberíamos incluir algo que les enseñe sobre el trabajo en grupo y la resolución de conflictos", agregó Sofía entusiasmada.
"Sí, eso es importante. Hay que unir a la gente, no separarlos", concluyó Lía.
Y así, los tres amigos comenzaron a correr la voz por el barrio. Pronto, más niños y adultos estaban interesados en unirse a su causa. Cada sábado, se encontraban en el parque y realizaban actividades para compartir entre las familias.
Primero organizaron un gran pic-nic, donde cada uno llevó un platillo típico de su familia y contaron historias sobre sus tradiciones.
"¡Está delicioso!", exclamó Sofía, mientras probaba una torta de dulce de leche que había traído la abuela de Mateo.
"Mi abuela dice que el amor se cocina en cada comida", agregó Mateo mientras sonreía.
Luego, montaron una gincana de juegos, donde las familias competían juntas. Lo más sorprendente fue que un grupo de padres que antes rara vez se hablaban, comenzaron a compartir risas y a crear lazos entre ellos.
"Nunca pensé que jugar contigo sería tan divertido!", le dijo un padre a otro mientras armaban un rompecabezas gigante.
"¡Sí! Todos podríamos hacer más cosas juntos", respondió el otro.
Con cada evento, se fueron acercando más. A medida que las semanas pasaban, Lía, Mateo y Sofía se dieron cuenta de que estaban creando una comunidad unida. La llegada de cada sábado era esperada con ansias, y las familias estaban ansiosas por participar.
Sin embargo, un día ocurrió algo inesperado. Un fuerte viento desarmó todas las decoraciones y los juegos que habían preparado para el evento de ese fin de semana.
"¡Oh no! Todo nuestro trabajo se ha volado!", gritó Lía, desanimada.
"No podemos rendirnos, tenemos que buscar una solución", dijo Sofía, mirando a su alrededor.
"Podemos pedir ayuda a las familias. ¡Ellos son nuestra comunidad!", sugirió Mateo.
Así que se pusieron a trabajar. Durante toda la mañana llamaron a las familias del barrio y todos se unieron para ayudar a rehacer las decoraciones y los juegos. Estaban tan emocionados que trabajaron con alegría y risa.
"¡Este es el espíritu comunitario!", exclamó don Juan mientras observaba a todos colaborar juntos.
"Esto es lo que realmente importa, estar juntos y apoyarnos unos a otros", añadió un vecino que también ayudaba.
Finalmente, lograron armar un evento aún más grandioso, y ese día fue memorable. Las risas resonaron por todo el parque y cada familia se sintió parte de algo especial. La comunidad estaba unida, y esos pequeños héroes habían logrado su objetivo.
Al finalizar la jornada, Lía, Mateo y Sofía se sentaron exhausted pero felices, mirando cómo los miembros del barrio compartían un momento de alegría y amor.
"Hicimos algo increíble hoy", dijo Lía con una sonrisa.
"¡Sí! Y hemos creado un lugar donde todos se sienten como en familia", afirmó Sofía.
"Esto es solo el comienzo. ¡Hay que seguir trabajando juntos!", concluyó Mateo.
Y así, los tres amigos aprendieron que el bienestar familiar no solo depende de los adultos, sino de la unión y el amor que todos se puedan ofrecer. Su pequeño proyecto continuó creciendo, inspirando a más personas a hacer del barrio un lugar mejor para todos. Y así, el INSTITUTO COLOMBIAN DE BIENESTAR FAMILIAR se había convertido en una realidad en su propio vecindario, un lugar en el que cada familia encontraba apoyo y conexión.
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FIN.