La Aventura de la Fruta Valiente



Había una vez en un colorido huerto, un grupo de frutas que vivían felices bajo el sol. Pero entre ellas, había una fruta que soñaba con ser algo más. Esta fruta era una pequeña manzana llamada Mabel.

Mabel miraba a su alrededor y veía cómo sus amigas: la pera Pía, la banana Beto y la fresa Fabi, salían a correr por el bosque. Cada vez que se aventuraban, regresaban llenas de historias emocionantes.

Un día, Mabel decidió que ya era hora de ser valiente y vivir su propia aventura. "¡Voy a descubrir qué hay más allá del huerto!", gritó con energía.

"No es seguro, Mabel. Podés perderte", advirtió Pía, preocupada.

"¿Y si hay un mundo lleno de frutas como nosotras?", insistió Mabel.

Beto, siempre juguetón, sonrió. "A lo mejor encontrás frutas más exóticas que nos enseñen algo nuevo. ¡Yo te apoyo!"

Así que, sin pensarlo más, Mabel decidió emprender su viaje. Se despidió de sus amigas y se adentró en el desconocido bosque. Todo era nuevo y emocionante, pero también un poco aterrador. Caminó y caminó, y después de un rato, se encontró frente a un gran arroyo.

Mientras intentaba cruzarlo, vio a una fruta rara, una pitaya de escamas brillantes. "Hola, pequeña manzana. ¿Qué haces por aquí?", le preguntó la pitaya.

Mabel, asombrada, respondió "Busco aventuras y conocer otras frutas. Estoy un poco perdida, ¿me podrías ayudar?"

La pitaya sonrió. "Claro, pero primero debes aprender a confiar en ti misma. Ven conmigo."

Juntas, se internaron más en el bosque. En el camino, Mabel escuchó un murmullo. Eran algunas frutas que estaban discutindo bajo un árbol. Se acercó con curiosidad y escuchó a un grupo de frutas (kiwis y arándanos) que no querían jugar juntas porque se veían diferentes.

"¡No somos iguales, no podemos jugar a las escondidas!", decía uno de los kiwis.

Entonces Mabel, animándose, intervino. "¡Eso no importa! Lo que cuenta es cómo nos divertimos. ¡Pueden jugar al escondite entre ustedes! Además, cada una tiene algo especial que aportar. Yo, por ejemplo, puedo ser muy dulce y ayudarles a descubrir nuevos juegos."

Las frutas la miraron intrigadas. "¿Realmente creés que podríamos jugar?", preguntó una frutilla.

Mabel asintió con firmeza. "¡Claro! Cuanto más diferentes, más divertido es!"

Así, la pequeña manzana ayudó a las frutas a salir de su zona de confort. Jugaron durante horas y descubrieron que la diferencia era lo que hacía únicos a sus juegos. Cuando todo terminó, Mabel se dio cuenta de que ya no se sentía sola, había hecho nuevos amigos.

Fue entonces cuando la pitaya le dijo, "Ves, Mabel, la aventura no solo es explorar lugares nuevos, también es encontrar la valentía de ayudar a otros. ¡Tienes un gran corazón!"

Al caer la tarde, Mabel decidió que era hora de regresar a su huerto. Pero esta vez, no iba sola. Las frutas se despidieron de ella, prometiendo siempre mantenerse en contacto. Antes de irse, la pitaya le regaló un pequeño brote. "Esto es para que recuerdes tu viaje. Estoy segura de que crecerá en tu huerto y les enseñará a tus amigas lo especial que es ser diferente y valiente."

Mabel regresó a casa llena de energía y nuevas historias. "¡Chicas! ¡Tengo tanto que contarles!"

Y así, cada vez que se reunían, Mabel compartía sus aventuras, enseñando a sus amigas que cada fruta, por diferente que sea, tiene su propio valor. Desde entonces, el huerto se llenó de alegría y diversidad, donde cada fruta era valorada por lo que aportaba a la comunidad. Y Mabel se convirtió en la manzana valiente que unió a todas con su corazón lleno de amor y amistad.

FIN.

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