La Aventura de la Gallina Mágica



Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de naturaleza, tres niños llamados María, José y Alex. María era una niña curiosa con una gran imaginación, siempre dispuesta a explorar. José era su mejor amigo, un chico ingenioso y divertido. Juntos, los dos disfrutaban de largos días llenos de juegos al aire libre.

Un día, mientras jugaban en el parque, decidieron ir a explorar el alamo gigante que se encontraba en el centro del bosque. Este árbol era tan grande que su tronco parecía ser un cofre de secretos, y sus ramas parecían alcanzar el cielo.

"¡Vamos al alamo!" - propuso José, emocionado.

"¡Sí! Quiero ver si puedo treparlo hasta la cima!" - dijo María con una sonrisa.

Al llegar al alamo, comenzaron a escalarlo. Mientras subían, podían notar cómo el viento acariciaba sus rostros y cómo las hojas del árbol susurraban historias de antaño.

De repente, María se detuvo y miró hacia abajo. "¡José! ¡Mira! Es Alex. ¿Qué estará haciendo aquí?" - preguntó con curiosidad.

Alex, su amigo de la escuela, venía corriendo hacia ellos con una gran sonrisa.

"¡Chicos! ¡Chicos! Traje algo increíble para mostrarles!" - gritó Alex, emocionado.

María y José se asomaron desde lo alto del alamo.

"¿Qué traés, Alex?" - preguntó María, intrigada.

"Una gallina mágica!" - respondió Alex mientras mostraba a un pájaro de plumas brillantes y coloridas.

"¿Gallina mágica?" - dijo José, incrédulo. "No creo que exista tal cosa."

"¡Prometo que sí! Esta gallina puede cumplir un deseo si le das un grano de maíz especial que encontré en el mercado del pueblo." - insistió Alex.

Intrigados por las palabras de su amigo, María y José bajaron de un salto del alamo y se acercaron a Alex.

"¿Y cómo sabemos que es realmente mágica?" - preguntó José, mirando a la gallina con desconfianza.

"¡Vamos a averiguarlo!" - exclamó María. "¿Qué deseamos?"

"Podríamos desear..." - comenzó Alex. "¡Que todos los niños del pueblo seamos felices siempre!" - propuso, entusiasmado.

Decididos, los tres comenzaron a buscar el maíz especial que Alex había mencionado. Después de un rato de búsqueda, encontraron unos granos dorados en un viejo saco olvidado en el cobertizo de herramientas.

"¡Aquí está! ¡Es nuestro momento!" - gritó José con alegría.

Los tres se acercaron a la gallina, que los miraba con sus brillantes ojos. Con cuidado, cada uno tomó un grano de maíz y se lo ofrecieron a la gallina.

"¡Queremos que todos los niños sean felices!" - gritaron al unísono mientras la gallina picoteaba el maíz.

En un instante, la gallina comenzó a brillar intensamente.

"¡Miren! ¡Está funcionando!" - exclamó Alex mientras el brillo llenaba el lugar.

Sin embargo, en lugar de que todo el pueblo se llenara de felicidad, ocurrió algo inesperado.

La gallina se transformó en un enorme tiburón que, al parecer, había estado esperando ese deseo para manifestarse.

"¡¿Qué está pasando? !" - gritaron los niños aterrorizados.

El tiburón, sorprendentemente, tenía una mirada amigable.

"No teman, pequeños. Soy el Guardián de la Felicidad del pueblo. He venido a recordarles que la verdadera felicidad se encuentra dentro de cada uno de ustedes, y no se puede pedir; se debe construir juntos."

"Pero no fue nuestra intención asustarte!" - dijo María, con miedo.

"Lo sé, y confío en que aprenderán a cuidar y buscar la felicidad a través de la amistad y el respeto. Solo con actos bondadosos hacia los demás podrán ser verdaderamente felices."

Los niños comprendieron que había aprendido algo valioso. El tiburón les recordó que, aunque la magia puede ser emocionante, los lazos de amistad y los buenos actos son lo que realmente trae alegría.

"Debemos compartir lo que hemos aprendido y siempre recordar cuidar a nuestros amigos y vecinos," - dijo José.

"Así es, la felicidad está en cada sonrisa que compartimos!" - agregó María.

El tiburón sonrió y volvió a transformarse en la gallina brillante.

"Recuerden, siempre tendrán mi apoyo. ¡Cuídense y cuiden de los demás!"

Con esa lección en el corazón, los niños se despidieron de su amiga gallina. Corrieron de vuelta al pueblo, listos para compartir su aventura.

"¡Nosotros podemos hacer la felicidad juntos!" - gritaron todos.

Y así, desde ese día, María, José y Alex aprendieron que la verdadera magia reside en la bondad, la amistad y los momentos compartidos. Y cada vez que veían a la gallina, sonreían, recordando que siempre podían construir un mundo mejor con sus propias manos y corazones.

FIN.

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