La Aventura de la Huerta Mágica
Era un día soleado en el pueblito de Timote, donde ocho niños, amigos inseparables, decidieron aventurarse a crear una huerta en el terreno desierto detrás de la escuela.
"- ¡Che, chicos! ¿Qué les parece si hacemos una huerta?", propuso Lía, entusiasmada por la idea de cultivar sus propias verduras.
"- ¡Sí! Pero ¿qué plantamos?", preguntó Mateo, con su gorra al revés.
Valeria, siempre curiosa, expresó: "- Yo vi en un libro que el tomate, la acelga y la lechuga son fáciles de cultivar".
"- Eso suena bien, pero también podríamos poner remolacha", agregó Tomás.
Cada uno tenía una idea y estaban emocionados. Así que, con un plan en mente, decidieron dividirse las tareas.
"- Yo traigo las semillas de tomate mañana", dijo Juani, y todos estuvieron de acuerdo. Por su parte, Cami se ofreció a llevar las de lechuga, anotando nombres y semillas en una hoja grande.
Mientras los niños hacían los preparativos, Sofía comentó: "- Espero que no haya bichos ni nada malo".
"- Claro que no, ¡nuestra huerta será mágica!", interrumpió Franco.
Al día siguiente, los niños se encontraron atrás de la escuela, cada uno con su bolsa llena de semillas. El sol brillaba y todos estaban listos para trabajar.
"- Primero, hay que limpiar la tierra", explicó Lía, señalando el terreno lleno de malezas.
Juntos comenzaron a sacar las malas hierbas mientras reían y compartían historias.
De repente, encontraron una piedra enorme.
"- ¡No la podemos mover!", se quejó Cami.
"- Tal vez si todos juntos...", sugirió Valeria. Al empujarla, se escuchó un sonido peculiar y la piedra rodó, dejando al descubierto una caja de madera. "- ¡Miren esto!", gritó Juani, emocionado.
Abrieron la caja y dentro había herramientas de jardinería, un libro antiguo sobre plantas y algunos frascos.
"- ¿Quién dejó esto aquí?", se preguntó Mateo.
"- Tal vez sea un tesoro de un antiguo agricultor", respondió Tomás intrigado.
"- O tal vez...", dijo Franco insinuando. "- ¡Es un regalo de la huerta mágica!".
Con las herramientas desempaquetadas, comenzaron a cultivar la tierra con más facilidad.
"- Este libro tiene instrucciones para plantar correctamente", comentó Valeria, mientras leía. "- ¡Miren! Dice que debemos dejar espacio entre las plantas para que crezcan sanas".
Mientras trabajaban, empezaron a hablar sobre lo que iban a hacer con las verduras que cosecharan.
"- Podemos hacer una ensalada gigante para compartir y invitar a los chicos de la otra clase", sugirió Cami.
"- ¡Eso es genial!", aprobó Lía.
Los días pasaron y los niños cuidaron de su huerta con esmero. Regaban las plantas, hablaban con ellas y, a veces, incluso cantaban.
Un día, al regresar de la escuela, notaron algo extraño. Sus plantas parecían haber crecido más de lo habitual.
"- ¿No se supone que las verduras crecen poco a poco?", se preguntó Mateo.
"- Quizás sea el poder de la huerta mágica", contestó Sofía, mientras todos miraban fascinados las increíbles plantas.
Al cabo del tiempo, ya estaban listos para cosechar.
"- ¡Miren esos tomates! Son enormes", exclamó Tomás.
"- ¡Y las lechugas son verdes como la esmeralda!", agregó Franco.
Finalmente, decidieron hacer la ensalada. Invitaron a sus compañeros de clase y al director. Todos disfrutaron de los deliciosos sabores y la alegría se desbordaba.
"- Nunca pensé que podríamos hacer algo así juntos", dijo Valeria, mirando a sus amigos.
"- Y todo gracias a nuestra huerta mágica", respondió Lía.
Desde ese día, la huerta del pueblito de Timote se volvió un lugar de reunión donde aprendieron a trabajar en equipo, a cuidar el medio ambiente y a disfrutar de las maravillas de la naturaleza.
Y aunque todos sabían que la verdadera magia era el amor y el trabajo en equipo, no podían evitar reír al pensar que un viejo agricultor podría estar observando su nueva amistad desde algún lugar.
La aventura en la huerta no solo les regaló deliciosas verduras, sino también recuerdos y la promesa de que siempre estarían unidos, floreciendo juntos.
FIN.