La Aventura de la Pelota Azul



Era una cálida tarde de primavera cuando Mariana, una niña de siete años, y su hermana pequeña, Sofía, de cinco, decidieron jugar en el parque del barrio. Mariana tenía una pelota azul que brillaba bajo el sol. Era su favorita y, aunque pequeña, Sofía siempre estaba ansiosa por compartir esas tardes llenas de risas.

- ¡Vamos a jugar a la pelota! -propuso Mariana con entusiasmo.

- ¡Sí! Yo quiero patearla primero -gritó Sofía, saltando de alegría.

Ambas sacaron la pelota azul y comenzaron a patear en el césped fresco del parque. Con cada golpe, la pelota rodaba rápido y lejos, y las risas de las niñas resonaban en el aire.

De repente, la pelota rodó más lejos de lo que esperaban y, sin darse cuenta, se metió en un arbusto espinoso.

- Oh no, la pelota -dijo Mariana preocupada.

- ¿La tenemos que buscar? -preguntó Sofía, algo dudosa.

- ¡Sí! Pero primero, tenemos que tener cuidado -respondió Mariana, recordando que el arbusto tenía espinas.

Se acercaron lentamente al arbusto. Mariana, aunque un poco temerosa, inspiró hondo y decidió que no podían rendirse. Sofía miraba a su hermana con admiración.

- ¡Yo puedo hacerlo! -dijo Mariana, estirando la mano con cuidado para tratar de sacar la pelota.

Pero en ese momento, un pequeño pajarito apareció volando de entre las ramas. Se posó en el arbusto, mirándolas curiosamente. Mariana se detuvo y sonrió.

- Mirá, Sofía, ¡un pajarito! -exclamó.

- ¡Qué lindo! -dijo Sofía, emocionada.

El pajarito parecía no tener miedo y, al ver que las niñas no se movían, empezó a piar alegremente. Mariano pensó un momento y dijo:

- ¿Sabés qué? Si le damos un poco de la merienda, tal vez el pajarito nos ayude.

Sofía asintió, entusiasmada por la idea. Sacaron unas migajas de galleta de su mochila y empezaron a dárselas al pajarito.

- ¡Vení, pajarito! -llamó Sofía, con la mano extendida.

El pajarito, curioso, se acercó y empezó a comer las migajas. Entre tanto, Mariana observaba el arbusto con más atención. De repente, el pajarito hizo un movimiento inesperado, saltó sobre una rama y, sin querer, movió una rama que cubría la pelota.

- ¡Sí! -gritó Mariana, mientras se lanzaba al arbusto con cuidado y logró sacar la pelota azul.

- ¡Lo lograste! -dijo Sofía, dando saltitos de alegría.

Ambas se abrazaron felices, agradeciendo al pajarito por su ayuda.

- Sabés, Sofía, a veces no hay que rendirse y siempre hay que pensar en nuevas maneras de resolver los problemas -dijo Mariana con una sonrisa.

- Y también ayudar a otros, como hicimos con el pajarito -respondió Sofía, orgullosa.

Después de esta pequeña aventura, continuaron jugando con la pelota azul, pero ahora, cada vez que la lanzaban, sonreían al recordar a su nuevo amigo. Jugaron hasta que el sol comenzó a esconderse, tiñendo el cielo de colores naranjas y rosas.

- Mañana vamos a volver al parque, ¡y quizás traigamos más miguitas para el pajarito! -propuso Sofía, mientras caminaban de regreso a casa.

- ¡Eso haré! -exclamó Mariana.

Y así, entre risas y sueños, las dos hermanas regresaron a casa, sabiendo que la verdadera diversión no siempre está solo en jugar, sino también en ser creativas y ayudar a los demás.

FIN.

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