La Aventura de la Pelota Mojada



Había una vez una pelota mojada que vivía en un jardín lleno de flores y plantas coloridas. Un día, mientras la pelota rodaba de aquí para allá sintiéndose muy alegre, no se dio cuenta de que estaba muy cerca de un cactus. ¡Plop! Chocó contra el cactus y, para su sorpresa, se desinfló de inmediato.

- ¡Ay! , ¿qué me ha pasado? - exclamó la pelota, sintiéndose triste y desolada. - ¡Es una tragedia! Ya no puedo jugar ni rebotar.

Al día siguiente, un niño llamado Tomás llegó al jardín. Tomás era un niño valiente, le encantaba jugar al aire libre, y esa mañana se encontró con la pelota desinflada.

- ¡Mirá, una pelota! - gritó Tomás, emocionado al ver el juguete. Pero pronto su sonrisa se convirtió en un puchero. - ¡Oh no, está desinflada! ¿Qué puedo hacer?

Tomás intentó soplar aire a través de la válvula de la pelota, pero no importaba cuántas veces lo intentara, la pelota no se inflaba de nuevo.

- ¡No puedo, no puedo! - lloró Tomás, apenado. Su tristeza atrajo la atención de un pequeño sapo que estaba cerca.

- ¿Por qué lloras, niño? - le preguntó el sapo, saltando hacia él.

- ¡No puedo inflar esta pelota! - respondió Tomás, secándose las lágrimas. - Era la mejor pelota y ahora ya no puedo jugar.

El sapo miró la pelota desinflada y pensó en voz alta:

- A veces, las cosas no salen como queremos, pero eso no significa que debamos rendirnos.

Tomás lo miró con curiosidad, y el sapo continuó:

- Tal vez no puedas inflarla ahora, pero puedes aprender algo valioso de esta experiencia.

- ¿Qué debo aprender? - preguntó Tomás, confundido.

- Aprender a encontrar nuevas formas de jugar y disfrutar - dijo el sapo con un brillo en sus ojos. - La vida es como un juego, a veces debes cambiar las reglas.

Tomás pensó un momento y decidió darle una oportunidad a la idea del sapo. Junto al sapo, tomaron la pelota y comenzaron a crear un nuevo juego. Hicieron ejercicios de equilibrio tratando de rodar la pelota sin que se cayera, y también jugaron a lanzarla suavemente, como un juego de precisión en vez de rebotar.

Incluso crearon una carrera, donde Tomás tenía que deslizarse en su barriga mientras la pelota pasaba por encima de él. Se reían y disfrutaban tanto que se olvidaron por completo de la tristeza de que la pelota no estaba inflada.

- ¡Esto es divertidísimo! - gritó Tomás riendo a carcajadas.

El sapo sonrió satisfecho, viendo cómo Tomás se divertía. Al caer la tarde, Tomás comenzó a sentir que había aprendido algo importante.

- ¡Ahora entiendo! - dijo Tomás, con una gran sonrisa. - A veces las cosas no son como las planeamos, pero eso puede abrirnos nuevas oportunidades para divertirnos y ser creativos.

El sapo asintió y agregó:

- Exacto, joven amigo. Cada situación que encontramos puede enseñarnos algo, sólo hay que estar dispuestos a buscar el lado bueno.

Desde ese día, Tomás y el sapo se hicieron grandes amigos. Cada vez que veían una pelota, el niño sonreía recordando su aventura, y nunca más volvió a lamentarse por las cosas que no salían como esperaba. Aprendió que siempre hay un modo de jugar, sin importar la situación.

Y así, la pelota mojada y el niño valiente se convirtieron en un símbolo de alegría en el jardín, recordando a todos que la creatividad y la amistad pueden transformar cualquier tristeza en diversión.

FIN.

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