La aventura de la pelota perdida


Había una vez un perro llamado Rocky que vivía con su dueña, Lucía. Ambos eran grandes amigos y disfrutaban pasar tiempo juntos en el parque.

Un día soleado, decidieron ir al parque más grande de la ciudad para jugar y divertirse. Lucía llevó consigo una pelota brillante y colorida para jugar a lanzar y atrapar. Cuando llegaron al parque, Rocky no podía contener su emoción.

Saltaba de alegría mientras movía su cola de un lado a otro. - ¡Vamos, Rocky! -dijo Lucía con entusiasmo-. ¡A ver quién puede atrapar la pelota más veces! Rocky estaba listo para el desafío. Lucía lanzó la pelota lejos y ambos corrieron tras ella.

Pero justo cuando Rocky estaba a punto de atraparla, apareció un pájaro travieso que agarró la pelota con su pico y voló hacia un árbol cercano. - ¡Ay no! -exclamó Lucía sorprendida-.

¿Qué haremos ahora? Rocky miraba tristemente cómo el pájaro se alejaba con su preciada pelota en lo alto del árbol. - No te preocupes, Rocky -dijo Lucía intentando animarlo-. Encontraremos una solución. Decididos a recuperar la pelota, comenzaron a buscar objetos que pudieran ayudarlos.

Encontraron una rama larga y resistente que parecía perfecta para alcanzar el objeto deseado. Con cuidado, Rocky sosteniendo la rama en su boca e intentando mantener el equilibrio subió por el árbol mientras Lucía lo animaba desde abajo.

- ¡Vamos, Rocky! ¡Estoy segura de que puedes hacerlo! Después de algunos intentos, Rocky logró alcanzar la pelota con la rama y la hizo caer al suelo. Ambos celebraron el triunfo con alegría y entusiasmo. - ¡Lo logramos, Rocky! -exclamó Lucía emocionada-.

Eres un perro muy valiente y astuto. Rocky movió su cola felizmente mientras sostenía orgullosamente la pelota en su boca. Pero justo cuando estaban a punto de continuar jugando, vieron a lo lejos un niño triste sentado en un banco del parque.

Curiosos por saber qué le pasaba, se acercaron al niño. Resulta que había perdido su juguete favorito y estaba muy triste por ello. - Hola, ¿qué te pasa? -preguntó amablemente Lucía al niño.

El niño levantó la cabeza y les contó sobre su juguete perdido. Lucía miró a Rocky y luego al niño con una sonrisa comprensiva. - Tengo una idea -dijo ella-.

Mi perro encontró una pelota hace poco, pero podemos dártela si quieres jugar con nosotros. El rostro del niño se iluminó de felicidad mientras aceptaba emocionado. Los tres comenzaron a jugar juntos en el parque, riendo y divirtiéndose como nunca antes lo habían hecho.

A medida que pasaba el tiempo, se dieron cuenta de que compartir era mucho más divertido que jugar solos. Aprendieron la importancia de ayudar a los demás y cómo pequeños gestos de amabilidad podían hacer una gran diferencia en la vida de alguien.

Desde aquel día, Rocky, Lucía y el niño se convirtieron en grandes amigos. Juntos aprendieron a ser solidarios y siempre estaban dispuestos a ayudar a los demás cuando lo necesitaban.

Y así, con su nueva pelota, continuaron jugando y disfrutando del parque grande mientras construían hermosas amistades que durarían para siempre.

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